Es curioso cómo obras de arte separadas en el tiempo y/o en el espacio son capaces de llevarnos a lugares comunes de experiencia y de reflexión. Esta es una de las muchas cuestiones que hacen del arte algo tan seductor. Esto suele darse en relación a temáticas, procesos, contextos y recursos estéticos comunes, pero también a lo que se llaman referentes o “inspiración”. En esta ocasión os quiero presentar tres obras íntimamente conectadas realizadas por tres artistas, a priori, alejadas: Ana Mendieta, Pipilotti Rist y Priscila Monge.
Vamos a comenzar por la más lejana en el tiempo: Glass on Body de A. Mendieta, realizada en 1972. Se trata de una performance registrada mediante fotografías. El cuerpo desnudo de la artista se presiona y se estruja contra una plancha de cristal, distorsionando y deformando la carne y sus rasgos faciales. Mendieta juega con la maleabilidad de la carne para utilizar su cuerpo como material escultórico. Para lograrlo usa como herramienta un elemento transparente e inapreciable pero fuerte, el cristal, como simil del sistema ideológico patriarcal que ampara diferentes tipos de violencia hacia la mujer.
28 años después otras dos mujeres crearon dos nuevas piezas con ese mismo recurso: el obstáculo invisible, de cristal. Ellas fueron Pipilotti Rist con Open My Glade y Priscila Monge con Morir de Amor. Ambas abandonan el cuerpo para centrarse únicamente en un rostro que se deforma y que acaba ensuciando ese cristal con el maquillaje que se desprende de sus caras con la fricción.
Sobre Open My Glade, obra que fue reproducida cada hora dieciséis veces por día, del 6 de Abril al 20 de Mayo del año 2000 en la pantalla de Parasonic en la Times Square de Nueva York, Pipilotti Rist dijo “Veo Times Square como si fuera un enorme espacio lleno de flores eléctricas y brillantes que golpean a los visitantes como una bofetada. Puedo usar la energía de este “golpe” para hacer funcionar mi video. Los espectadores verán a una mujer aplastando su cara contra la pantalla como si quisiera salir y bajar a la plaza. Una cara que aparece muy deformada. Desearán liberarla, y con ella todos los fantasmas de las pantallas de los alrededores” (OBRIST, 2001: 26). Con esto Rist hace una clara referencia a la imagen estereotipada, falsa e irreal de la mujer que hace la publicidad. Un tipo de publicidad no representativa que también resulta ser un tipo de violencia silenciado e “invisible” hacia la mujer.
Morir de amor es un trabajo que sigue ligado a un proceso similar pero que se concentra en los estereotipos de la seducción o el amor. Una mujer besa, lame y restriega su rostro contra el cristal que termina ensuciado con carmín y saliva. Esta pieza pudo verse dentro de la exposición FEMINIS-ARTE II, el año pasado en CentroCentro en Madrid. La cominsaria, Margarita Aizpuru, la incluyó en el conjunto “Amore mío” tratándola desde la perspectiva de las identidades asignadas en relaciones íntimas y el binomio amor-sexo.
Todas estas obras, además, parecen remitir en cierto modo al concepto “techo de cristal”. Se denomina así a una superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar, que nos impide seguir avanzando. Su carácter de invisibilidad viene dado por el hecho de que no existen leyes ni dispositivos sociales establecidos ni códigos visibles que impongan a las mujeres semejante limitación, sino que está construido sobre la base de otros rasgos que por su invisibilidad son difíciles de detectar. Así, del mismo modo, ese “límite de cristal” al que recurren estas artistas viene a dar luz sobre otras situaciones de discriminación basadas sobre unas “normas” sociales indetectables, pero cuyo resultado es cuantificable, y real.