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jalacid62

Carta a Sagasta

De entre los muertos

Apesadumbrado prócer. Como recordarás, hace unos tres años que ETA dejó de matar, intimidar, secuestrar. Dejó de hacerlo no porque pensara en el dolor causado, lo vil de sus acciones o por un arrebato de misericordia: lo hizo porque ya no sacaba partido de su ejercicio criminal. Como el asesinato ya no se llevaba (no estaba de moda), decidió que le interesaba adoptar otra táctica. Su tregua no fue una concesión o una muestra de arrepentimiento sincero: sólo una maniobra política. No lo dudes: si mañana le volviera a convenir reactivar su estrategia delincuente, volvería a las armas.

Espero que tal calamidad no ocurra, pero esa no debería ser la única preocupación de la democracia española: nos debería obsesionar el triunfo de la paz, claro, pero sólo si llega acompañado del triunfo de la justicia. De paso, no estaría nada mal que también triunfara la verdad, prodigio que veo lejano. Muy lejano. Nos domina por el contrario esa horripilante sensación de “buenismo”, según la cual algunas cosas es mejor no menearlas. Yo pienso al revés: pienso que es mejor moverlas continuamente, darles vueltas y más vueltas. Si nos conformamos con la versión dominante que nos lleva a pensar que el terrorismo nos ha dejado de importunar porque, bueno, en el fondo no eran tan malos chicos… Si nos creemos la versión que relatan los pistoleros y quienes les apoyan de palabra, obra u omisión, incurriremos en el peor de los pecados: deshonrar a los que dieron su vida para que sucediera justamente lo contrario. Para que prevaleciera la única verdad: que los malos en esta historia son los verdugos. Que la verdad está sólo en un lado: en el de las víctimas.

Mis tristes cavilaciones nacen abrumadas por el despliegue mediático que entre los medios nacionalistas y sus mariachis alcanza estos días la película sobre el abominable asesinato de Lasa y Zabala, dos etarras a quienes el aparato del Estado liquidó imitando suciamente los métodos de los propios terroristas. Me indigna que mientras tanto sigue su silencioso viaje, ajena a la promoción que sí obtiene la anterior obra citada, otra llamada “1980“. Su autor es Iñaki Arteta y la titula así porque en ese año, 1980, ETA asesinó a una persona cada 60 horas. Que al PNV y sus compañeros de viaje les preocupen más esos dos asesinatos frente a cientos de ellos me parece una metáfora perfecta de la corrupta raíz moral del nacionalismo.

Y me indigna precisamente ahora, cuando atravesamos los días dedicados a recordar a los difuntos. Así que hoy quiero resucitar de entre los muertos la memoria de los homenajeados en esa escultura cobriza plantada en el Espolón. Las víctimas de ETA. Ah, las víctimas. Qué incómodos sus lloros para el contexto que nos domina: como ETA ya no mata, ergo ETA no es ruin del todo. Y quienes rondan a su alrededor, bueno: resulta que tampoco era para tanto…

Un asco, ya ves. Y, sin embargo, yo me sigo conmoviendo cuando junto a la pieza de Ibarrola dedicada a los asesinados por ETA veo un puñado de flores depositado por una mano anónima. Esa imagen me sirve para arrojar una lágrima por cada víctima, disculparme por los años en que yo también miré hacia otro lado y encenderme pensando en quienes opinan que dos muertos valen más que dos mil. Esa gentuza lleva razón: yo no quiero ser su compatriota.

(«Ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro». Martin Luther King dixit).

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