Amigo prócer. Me preguntas qué imagen proyecta tu país y el mío hacia el exterior y debo reconocerte que, como suelo, tengo dudas. Titubeo entre tantas alternativas que prefiero que seas tú quien extraiga sus conclusiones de esta gavilla de flashes que te regalo.

1.- Era feliz con su patrimonio. Muere una grande de España cuyos méritos se me escapan (sobre todo lo de grande) y miles de personas abarrotan un templo para rendir tributo. Cuentan los medios de comunicación que la finada duquesa era una mujer muy libre (¿¿¿) y rebelde (y más ¿¿¿¿), lo cual parece incompatible con los millones de euros que heredan sus deudos y su condición de propietaria de 34.000 hectáreas en toda España, equivalentes a la mitad del territorio de la isla de Menorca. Ole, ole, ole.

2.- El gran Nicolás. La única contribución española a la historia mundial de la literatura es la novela picaresca. De ahí que te sorprendará conocer el pasmo causado por cierto chavalín mofletudo, que relata sus proezas por la Corte de los milagros en que ha devenido España. Cuenta hazañas imposibles de comprobar, ante el asombro general que a mí también me deja asombrado: cómo no creerle. Cómo no imaginarle compartiendo estrado con los dirigentes patrios, besando manos en las alfombras palaciegas, engañando a todos los que son engañados en cada timo: es decir, los que a su vez querían engañar a alguien. El viejo truco, desde la estampita al nazareno. Cuándo dejarán de llamar pequeño al gran Nicolás.

3.- Hombres que no sabían demasiado. Según el último recuento de las golferías nacionales, nadie sabía nada. ¿La Infanta? No, ella no se enteraba. ¿La ministra Mato? Ni idea. ¿Los dueños de tarjetas opacas? Tampoco, oye. Ah, cómo los comprendo: sí, yo también me lo hubiera creído todo, porque es difícil de asumir tal nómina de pillerías. Parlamentarios viajando gratis total sin tener que justificar sus gastos, políticos que pasan de lo público a lo privado puerta giratoria mediante sin ponerse colorados, líderes de la patronal encarcelados luego de darnos lecciones de integridad que nadie había pedido, mandatarios sindicales con cuentas en Suiza. Ellos no lo sabían; nosotros tampoco, aunque algo podíamos sospechar con sólo ver la jeta de golfos de casi todos ellos.

4.- Yo confieso. Entre quienes tampoco se enteraban de qué pasaba a su alrededor figuran los miembros del Clero, quienes acaban de conocer (angelitos) los abusos cometidos contra tiernos infantes intramuros de colegios y seminarios. Dándose golpes en el pecho, añaden un toque de fariseísmo a sus pecados. Yo haría como su líder: les expulsaría del templo.

Y 5.- Marca España. Como todas estas noticias acaban saliendo de nuestras fronteras, a través de ellas se construye la conciencia que de nosotros tienen en el extranjero. Muy triste, sí: porque eclipsan otras que merecen más la pena. La ejemplar campaña del Banco de Alimentos que cumple el mandato bíblico de dar de comer al hambriento y el honroso gesto del Rayo Vallecano, club de fútbol que ampara a una anciana deshauciada de su hogar: ahí tienes dos casos admirables donde enorgullecerte de la marca España.

(«El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por la avaricia de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del Valle de la Oscuridad». Ezequiel, 25-17, citado por Samuel L. Jackson en ‘Pulp fiction’).