Son tontos estos catalanes. De verdad: qué decepción. Toda la vida pensando maravillas del industrioso pueblo de los Països, y ahora resulta que no. Que a la hora de ponerse tontos, lo son tanto como los del resto de ciudadanos del opresor y genocida (lo dice un notario de CiU, que algo sabrá) Estado español.
Ahí los tienen: no les van los trenes, las carreteras se les bloquean, se les va la luz, y hasta les llueve en agosto. Pero ellos (sus políticos, al menos) se ocupan y preocupan estos días de otro asunto grandemente importante: desesperados andan por tener selección propia de fútbol.
Y es que hace falta poco magín para no darse cuenta del estado de suerte beatífica en el que se encuentran. A saber. La selección catalana se junta una vez al año para jugar una pachanga contra Georgia del Este. Gana, la grada canta el himno, y todos contentos.
Pero no, ellos quieren ser, pásmense, como España. O sea. Quieren ser el equipo que de tanto no ganar nada siempre es candidato a todo. El que le marcó a Brasil un gol que nunca se pitó. Ése al que Bélgica eliminó de penalti en México. El que tenía un porterazo que fue a cantarla en la final de un Europeo. Ése al que un egipcio sinvergüenza le robó la cartera en Corea. El que cayó en cuartos. El que cayó en cuartos. El que cayó en cuartos.
Quieren ser como nosotros, fíjense. Como nosotros, tendrán un seleccionador que deriva peligrosamente hacia el frenopático, sustituto de otro que lo más que consiguió fue disolver las sisas de su camisa, sucesor de otro que capaz era de poner a cinco centrales en cancha y aún tener sitio para más defensas.
Tendrán una prensa deportiva canalla capaz de todo por defender a sus favoritos y pinchar al de enfrente. Tendrán un público capaz de pitar a la selección porque cambian a Pepito, que es del pueblo.
Son felices, los catalanes, y no se dan cuenta. Son tontos. (¿Serán españoles?).