Desde que soy 7/9 de padre sufro extraños síndromes. Mis intereses, por ejemplo, han variado: por la calle ya sólo me quedo mirando a las mujeres si van con jané, y principalmente para fijarme en la marca del cochecito. Los críos me producen más sensaciones fuertes que sus mamis, y sólo hay que sacarme un chaval en un anuncio para que me entren ganas de comprar lo que sea. Soy, afirmo, presa fácil.
Dicen que esas cosas se curan con el tiempo, pero mientras tanto lo cierto es que ando hipersensibilizado. Hay palabras, por ejemplo, que me encienden de inmediato. Algunas porque pertenecen a un vocabulario del que uno hubiera querido no saber nunca (mis favoritas son ‘episiotomía’ y ‘sacaleches’), otras porque me recuerdan que mi vida no se parece ya en nada a lo que era hace sólo cuatro días.
Entre éstas últimas, mi prefe es ‘familia’. Hay que ver, oiga, lo que se dice esa palabra. Los políticos sobre todo no pueden sacársela de la boca. Todo es para la familia, todo afecta a la familia. Ayer salía uno aquí a decir que los precios suben. Ya saben quién lo sufre: la familia.
Claro que me da a mí que tanto interés de boquilla se queda ahí, en la boquilla. Si no, a alguien se le hubiera podido ocurrir mejorar algo de lo mucho que es mejorable. Dejen que les ponga un ejemplito.
Si uno es familia numerosa (tres churumbeles, no se piensen) en La Rioja, las ventajas que le concede el Gobierno se resumen en un folio fotocopiado: descuento universitario y algo de autobuses (no urbanos, claro). Y vale. Si uno ha nacido en Euskadilandia, lo que recibe es un folleto de 216 páginas: exenciones fiscales, porcentajes del IBI, donaciones a fondo perdido, descuentos (lo juro) en las pescaderías. En Navarra, item más, uno tiene rebajas hasta en el cine, y las ayudas van de 600 a 4.500 euros anuales. Y aquí, ni un céntimo para el bus urbano.
Es sólo un ejemplo, aclaro, porque a mi señora se le disparan los pulsos cuando me ve escribir sobre familias numerosas. Será porque ella ya sabía lo que era una episiotomía. Y un sacaleches.