Me gustaría saber qué tiene Dios contra el sexo. Porque algo debe de tener en contra, o no es normal tanta obsesión con el tema. Para mí que no le gusta. O quizá me equivoco, y a quienes no les gusta es a quienes nos cuentan Su voluntad. Que todo puede ser: uno habla, otro interpreta, y en la traducción se pierden cosas.
Pero algo debe haber. Me pregunto cuál es la causa de que todas las religiones mayoritarias del mundo (y algunas de las minoritarias) tengan esa obsesión con la cosa del sexo. La pregunta me vino hace pocos días, cuando leí la noticia de la pobre chica saudí a quien, después de ser violada en grupo, los jueces castigaron encima con 200 latigazos… porque cuando la forzaron no estaba con un familiar, sino en el coche con un amigo.
Si tiene usted la tentación de pensar “es que los musulmanes están obsesionados con eso”, mejor piénselo dos veces. Y luego búsquese la viga en el ojo propio, o sea, el cristiano en todas sus versiones.
Que es fácil buscar. Aunque Jesucristo habló sin parar a lo largo de cuatro evangelios (y aún se quedó corto, para todo lo que había que decir) sus alusiones a la cosa del fornicio son poquitas. Y sin embargo, qué perra tienen sus pastores con el tema. Empiezan por negárselo a sí mismos, así como con superioridad, para luego ir poniendo piedrecitas en el camino. Educando a los niños en una moral resumible en dos versos (“sed buenos, si podéis/ y ante todo no os toquéis”), luego prohibiendo el roce sin matrimonio -que alguien me explique por qué antes del casorio no puedo tocar a mi Pepi, y luego sí- más tarde soltando anatemas contra los homo.
Y por qué, me pregunto yo. Por qué, de entre todas las pulsiones de la especie, las religiones la toman con el sexo; la más placentera, humanizadora y (se podría decir) divina; y la más barata, siempre al alcance de la mano. Por qué no la comida -la acelga, sobre todo- la bebida o, por ejemplo, la aerofagia: hay olores claramente demoníacos.
Por qué el sexo, snif. Para algo bueno y que viene de fábrica…