Señor militante del Partido Popular. Dos puntos. Le escribo para preguntarle qué tal está. Supongo que anda pasando unos días achuchaos, porque la cosa, en verdad, está entre mala y peor. Sé que está usted convencido de que lo suyo es justo, y no seré yo quien intente desmentirle: para eso están las ideas, para sostenerlas.
Le supongo a usted convencido de la gravedad de la situación. Convencido está de que España está a punto de ser gobernada, en todo o en parte, por un partido extremista de ideas peligrosas y que puede llevarnos directamente al tercer mundo. No digo que yo comparta ese argumento, pero entiendo que usted sí, y no está precisamente solo.
Y si está usted en eso, entiendo que ha de estar jodido. Porque si hay que buscar a alguien que esté haciendo todo por boicotear las posibilidades del PP, ése es el PP. O sea, los suyos. Y siempre molesta más la torpeza de los propios que la maldad de los ajenos.
Mire este último caso, el del ministro del Interior. El señor Fernández Díaz ha quedado retratado como un demócrata de una calidad ínfima, pero sobre todo como un torpe espectacular. No sólo se puso a conspirar creando una especie de gestapillo para fastidiar a sus rivales políticos, sino que esa cuadrilla de policías macarrónicos ha acabado a palos, filtrando conversaciones a diestro y siniestro. Y entre ellas, oh sorpresa, una en el propio despacho del ministro del Interior, que debía ser el lugar más seguro de España.
Y sí, señor militante, ese torpe sin escrúpulos es ahora la figura que su partido ha elegido defender, a tres días de las elecciones más importantes de los últimos tiempos. Lo dicho: entiendo que ande usted fastidiado. Le envío un abrazo.