Sin hacer excesivas reformas, sería un lugar propicio para ubicar un cementerio atómico. Con tal de que los vecinos de los pueblos interesados en tener un depósito radioactivo no se levanten en pie de guerra y podamos seguir teniendo luz cada vez que apretamos el interruptor, no tendría inconveniente en enterrar allí gratuitamente esos temibles bidones cancerígenos. En mi rincón hay espacio suficiente también para los miles de inmigrantes a los que antes les abríamos los brazos pero ahora sobran y algunos ayuntamientos dudan en empadronarlos, no vaya a ser que les ocurra ir al médico o llevar a sus hijos a la escuela. Pretándonos un poco, pueden depositarse igualmente en la parcela a los que duermen en la calle pero apartamos la vista para no verlos. Hasta cabrían pirómanos patológicos, pederastas cabrones y asesinos de Mari Luces y Martas del Castillo a los que, aunque muchos lo piensan, ningún gobierno se atreve a encerrar de por vida.

La oferta está abierta. Allí cabe la mierda, la demogagia y la mala conciencia que todos generamos pero nadie quiere.