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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

EL RUIDO DE UN CIGARRO

El yayo Tasio siempre había creído un privilegio poder vivir en el centro de Logroño. Olvidar el coche en el garaje, bajar los domingos en chanclas al quiosco que tiene frente al portal, sentir en definitiva el pulso de la ciudad desde la ventana cuando descorre las cortinas. Vivir, para decir toda la verdad, en un centro un pelín menos céntrico al que padecen los vecinos del Casco Antiguo cuyo derecho al sueño y cuya paciencia tienen que pelear cada fin de semana con hordas de jóvenes coronados con chupitos de tequila barato y camiones de basura que gruñen cada vez que descargan los desperdicios en sus entrañas.

Su fundamentalismo ha empezado a desmoronarse desde la puesta en marcha de la ley antitabaco. Fue aprobarse la legislación, comenzar los fumadores a cumplir con sus deberes cívicos y empezar a brotar efectos colaterales imprevistos e intempestivos. Como el de todos esos que salen de noche a la entrada del pub que hay bajo su casa para apurar unas caladas mientras toman una copa que, paradojas de las normativas, no pueden sacar fuera a no ser que permanezcan bajo el dintel con la mano que sostienen el vaso dentro del local y la otra fuera, con el cigarrillo humeante. Desde entonces, sus fines de semana son un runrún de puertas lejanas que abren y se cierran de madrugada, ecos de conversaciones ajenas y el descubrimiento del intenso ruido que un inocente cigarrillo es capaz de hacer cuando la noche cae.


febrero 2011
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