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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

MEMORIA HISTÓRICA

Permítame sugerirle que recupere el periódico del sábado y se detenga en el reportaje sobre la tumba de ‘El ruso’ en Logroño. El ejercicio le sentará bien para oxigenarse unos minutos de las noticas sobre Revuelta y le permitirá de paso conocer un caso que, al menos a mí, me ha generado de una mezcla de asombro e indignación. Sorpresa por conocer la historia de un panteón frente al que siempre me detengo cuando acompaño al yayo Tasio al cementerio, y rechazo por el lamentable estado en el que se está dejando caer una obra que no hace falta saber nada de arte para intuir que se trata de una pieza única, irrepetible.

‘El ruso’ era en realidad Fernando Gallego, un estrambótico personaje tan cercano en el tiempo (murió en 1973) que apenas quedan de él un par de reseñas biográficas y muchas anécdotas orales de quienes le frecuentaron en un Logroño gris donde entonces chirriaba la presencia imponente y extravagante de este ingeniero e inventor que recorrió medio mundo aunque su espíritu se detuvo en dos lugares: Egipto y Barcelona. De allí se trajo la inspiración para crear con sus propias manos la tumba que ahora le acoge y que agoniza sin que nadie haga nada por preservar la memoria de ‘El ruso’ y de una joya local de la arquitectura funeraria. Lo que Gallego desconocía cuando daba la vuelta al planeta es que acabaría una ciudad que venera tanto la piqueta que le permite actuar hasta cuando no sale de la caja de herramientas.


marzo 2011
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