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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

La crisis del bocadillo

Cuando la situación económica empezó a torcerse pero sólo era todavía una incipiente contractura, gurús y analistas coincidieron en que asistíamos a una crisis de valores. La codicia y la inmoralidad estaban, al parecer, en la raíz de un árbol podrido que urgía ser talado. Cuando la herida empezó a gangrenarse y fue aplastada por la crisis inmobiliaria, los mismos opinadores de saldo viraron el diagnóstico: todo residía en la productividad y exceso de salario. Los trabajadores eran unos presuntos vagos que cobran mucho y se jubilan pronto, por lo cual había que reformar el mercado laboral. Sin síntomas que atisben mejora en la hemorragia del paro, el sainete de Bankia y aledaños ha cambiado el adjetivo. Definitivamente, la crisis es del sistema bancario que, para no hundir el andamio, hay que apuntalar incurriendo en una paradoja: dar crédito público con una condicionalidad aún difusa a las entidades que supuestamente deberían nutrir de crédito al público.

Los bandazos de criterio y epítetos confirman que la auténtica crisis es semántica. El eufemismo se ha convertido en rutina, los titulares matan a la letra pequeña y quien prometió decir las cosas por su nombre, ahora cambia los nombres para no desdecirse. El rescate es una línea de préstamo, los recortes reestructuraciones, cualquier reforma un mal necesario por la herencia recibida y el periódico que hoy lee usted, el envoltorio del bocadillo que se comerá mañana.


junio 2012
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