El yayo Tasio no me cree cuando le digo que Bruselas es una preciosa postal de la Europa más añeja con un descomunal hipermercado de vanguardia en el corazón de la ciudad: el Parlamento Europeo. Las estanterías del corazón político del continente que hoy se tambalea y ayer era el epítome de la vertebración trasfronteriza son un enjambre de despachos que jalonan un laberinto de pasillos y kilómetros de moqueta. Por ella pululan clientes y vendedores. Los primeros buscan una gavilla de euros para sus obras, apoyo a sus políticas, la foto con un comisario. Los segundos se dejan querer acompañados por asistentes trilingües que huelen a colonia cara y asistentes de los asistentes que nunca llevan corbata para enfatizar su dinamismo.

En ese descomunal Ikea de la administración europea al que acuden todos los gobiernos y la oposición en busca de la piezas para completar su mobiliario, La Rioja anda en los últimos meses buscando su lugar. O mejor dicho: que le concedan un lugar en el mapa del AVE del que ha quedado fuera. Lo mismo que ruegan decenas de regiones europeas, cientos de capitales, miles de ciudadanos que un día escucharon que la UE estaba cerca y el ferrocarril lejos de su casa. «¿Conseguiremos convencerles de que llegue el AVE hasta aquí antes de que me muera?», me pregunta Tasio. Abrimos la caja de bombones que le he traído de Bruselas y le digo que comer chocolate alarga la vida.