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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Un mal día para morir

bruce willisComo una coincidencia macabra, la cartelera de los cines Ábaco incluye en su última tarde de vida la película Un buen día para morir. La reciente entrega de la saga La jungla de cristal contiene la acostumbrada pirotecnia de explosiones, desmembramientos y efectos especiales del cine norteamericano y representa, colateralmente, la metáfora de la crisis española que devasta puestos de trabajo, negocios e ilusiones. Además de feo, categorizar los damnificados de la situación económica es inútil, pero la clausura de los Ábaco arrastrada por las deudas de Bankia no deja de contener una enorme carga simbólica. Con el fundido a negro de sus catorce salas se cierran otras tantas vías de evasión para escapar del neorrealismo casposo del día a día. Esa actualidad en diferido que parece guionizada por cerebros retorcidos donde los malos no tienen rostro patibulario e instintos criminales, sino que gastan gabanes de paño caro y codicias multimillonarias. Un guión merecedor del  Oscar (o más bien de Goya) donde duques y extesoreros aventan papeles sospechosos y correos comprometedores con el cameo de princesas alemanas y ministras aficionadas al lujo. Y sobrevolando por la platea, esos mercados sin rostro ni escrúpulos que empequeñecen al mismísimo Keyser Soze. Los Ábacos cierran tras siete años de vida, y ya sólo queda la esperanza de que Bruce Willis, el héroe de su última película, se escape de la pantalla y nos salve a todos con alguna ráfaga de metralla.


marzo 2013
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