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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Está usted despedido

despedidoSe encaminó al despacho del líder intentando disimular el temblor que le nacía de la mandíbula y le recorría el cuerpo hasta las rodillas. Sabía que si había sido convocado en la zona noble de la sede sólo podía deberse a dos motivos: un premio o una condena. Considerando que no había elecciones a la vista ni ningún terremoto institucional en ciernes, la segunda opción había colonizado su cabeza. Ponte cómodo, le ordenó el dirigente señalándole la silla al otro lado de una mesa abarrotada de documentos con el logo de la formación y encuestas sociológicas sobre intención de voto. Los ingresos han caído, la gente ya no compra nuestras promesas, el negocio está dejando de carburar… le explicó como preámbulo para justificar el recorte de plantilla que iba a dejarle en la calle. El subordinado tragó saliva. De nada le sirvió recordar que siempre se había ceñido religiosamente en sus declaraciones a los argumentarios que recibía cada día, que no había sido imputado por ninguna ilegalidad, que desde su afiliación a las juventudes había comulgado (a veces de mala gana pero sin rechistar) con las tesis oficiales. Era igual. La decisión estaba tomada. El partido necesitaba descargar lastre, tomar oxígeno para sobrevivir. Como quien ve la muerte de frente, pasó por su mente en un pispás una vida sin móvil gratis ni despacho, sin halagos ni ruedas de prensa. Comprendió entonces en sólo dos palabras qué era eso de la crisis, los ERE y el paro que alguna vez, como un susurro lejano,  había oído por la calle: estás despedido.


abril 2013
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