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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Placeres de verano

brasaLos mayores placeres de verano huelen a cloro y a hierba recién segada. A poza de río y barro entre los dedos arrugados de tanto chapotear. Pican como sólo saben hacerlo las moscas al mediodía en pleno agosto, buscando en escuadrón las heridas mal curadas y los restos de migas sin recoger. Son placeres que aguardan bajo una parra o al amparo de un porche en sombra, mientras el agua de la acequia discurre ajena al estío y el vino se descorcha para ser compartido. Sólo los pareceres de esta época saben a carne dispuesta para ser asada que se despliega como el cirujano dispone su instrumental antes de emprender una operación. Aquí las costillas, al lado la careta, unas raciones de chorizo, dos morcillas dulces, unas tiras de panceta. El gozo está en comerlo, pero sobre todo en compartirlo. En la gestación de los placeres estivales las gavillas empiezan a crepitar anunciando lo que está por llegar. El fuego lento, la grasa cayendo gota a gota sobre la brasa, la transfusión de sabor de la madera a la proteína. Cuando la parrilla se quema antes de disponer el festín, unos periódicos viejos se arrugan para limpiar placeres anteriores conquistados por los placeres que vienen. Y en esos papeles que ahora se ovillan y ya sólo sirven para sacar el hollín aparece la cara de Bárcenas en noticias de ayer. Pero ya no asuntan. No dan asco. Porque entre los placeres de verano está quemarlo y que su humo cale a la suculenta chuletilla de pasto que estoy a punto de trapiñar.


agosto 2013
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