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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

El Rey ha muerto

 

Entre el aluvión de páginas que informan estos días sobre la abdicación del Rey hay toneladas que loan su figura y compromiso con España y sólo un puñadito que auditan su afición por agujerear la piel de los elefantes africanos, flirtear con corinas o mirar para otro lado cuando algún yerno se llenaba los bolsillos con algo más que orgullo y satisfacción. En lo que todas coinciden es en el tiempo verbal. Pretérito indefinido. Las crónicas se remontan a sus tiempos de cadete en Ezcaray, recuerdan su determinación ante el 23F, le ubican en cada una de las casillas históricas del damero de la democracia. Una figura del pasado verbal. Y físico. Don Juan Carlos sigue vive pero el Monarca ha muerto. Ha dejado de ser el padre de Príncipe; ya sólo cuenta como abuelo de una niña de bucles rubios que algún día llegará al trono. La abdicación y toda la literatura asociada demuestran que llevaba  tiempo yacente. Hacía años que ya no se saltaba el protocolo para saludar a las masas con la misma naturalidad. Aunque los corrillos reían igual su espontaneidad, los chistes inocuos que contaba en los ágapes que rematan las audiencias no tenían la misma chispa. Quizá no estaba muerto clínicamente; sólo hueco por dentro. Una vacuidad camuflada con galones y discursos regios que ahora colgarán en el esqueleto de otro. Como un muñeco que se rompe y es sustituido por otro más bruñido, menos gastado. Un juguete que nadie ha preguntado si queremos volver a comprar.


junio 2014
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