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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Viaje al prejuicio

maleta

Le presumo a estas alturas del año disfrutando de unas merecidas vacaciones. Si no se encuentra en el catálogo de las presas que se ha cobrado la crisis, puede que haya tomado rumbo a Salou para disputarse un metro cuadrado en la quintar línea de playa donde extender la toalla, si es que no ha optado por las costas de nubosidad invariable del norte. Tal vez su presupuesto no le dé más que para volver al pueblo. Reconquistar la casa del yayo y tumbarse a la fresca oyendo el trino de los mirlos o sufriendo el picor de los tábanos. Todo lo contrario al entusiasta que se ha empaquetado en un tour para recorrer ocho países en cuatro días o visitar alguna de esas míticas capitales que descubre que ya conoce de tanto verlas en las películas que pasan los fines de semana por la tele. En todos los casos tendrá la tentación de practicar esa gimnasia tan recurrente cada vez que uno sale de casa consistente en criticar lo que le rodea y rebozarse en el prejuicio. Lamentar lo mal que se come allí, censurar la incultura del prójimo, protestar por costumbres prehistóricas, mofarse del vecino, mirar más al rincón sucio que a la calle luminosa. Cuando así sea, tómese un respiro. Haga el ejercicio de ponerse en el lugar del otro. Mirar con ojos de turista su propia casa, su pueblo, su ciudad. A usted mismo. Tal vez así pueda replegar todos los clichés. O mejor, tirarlos a la primera papelera que encuentre y pasar las vacaciones sin más aspiraciones que disfrutar de un lugar distante.


agosto 2014
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