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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

La gran terraza

terraza

Hubo un tiempo en que el yayo Tasio albergó la esperanza de que las peatonolizaciones humanizaran la ciudad. Compró la idea de adoquines suplantando al asfalto para que el humo del tráfico quedase diluido por el frescor de una jardinera. El abuelo soñó aceras tan anchas que se tocaran unas con otras. Autopistas pedestres. Niños jugando donde antes aparcaban las furgonetas y abuelos sentados en bancos brotados sobre carreteras muertas. Su fantasía urbana se frustró cuando la hostelería se adelantó y donde nació una loseta plantaron una silla. Y al lado, otra. Y otra más. Modestos veladores mutaron en estructuras de acero y cristal ancladas al suelo; las sombrillas se hicieron telones. Las terrazas se expandieron como el alquitrán sobre el espacio que prometieron reservado para el viandante, exprimiendo cada metro cuadrado para encajonar una mesa más. Las de una bar se fundieron con el siguiente, florecieron hasta butacones ibicencos, televisiones a pie de calle. Tasio no sólo vio hurtado su espacio sino que ni siquiera encontró hueco para llegar hasta su casa. Y cuando daba con un sendero libre entre tantas sillas, le reprendieron por pedir que, por favor, le abrieran paso. La peatonalización cambió la dictadura del motor por la de bares insaciables. El centro se convirtió en una gran terraza y el sueño de recorrer Logroño por mitad de las calles fue la pesadilla de ir sorteándolo de bandeja en bandeja. De copa en copa en un bosque inhumano.


octubre 2014
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