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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Vacunas necesarias

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Contra la tendencia a posturas tibias y titulares melifluos, el jefe de Pediatría del San Pedro hacía unas semanas un ejercicio de rotundidad. «Habría que legislar contra los padres que rechazan vacunar a sus hijos», sostenía el especialista en estas páginas. Su voz retumbaba para disipar cualquier debate sobre la conveniencia de inmunizar a los niños y, de paso, desarmar con argumentos científicos a aquellos que rehuyen de las agujas en la creencia de que una sobreprotección es contraproducente aunque colateralmente generen un riesgo en su entorno. La convicción de los expertos y los llamamientos a seguir el calendario oficial que cada comunidad impone chirría, sin embargo, con la situación que se vive ahora con la vacuna contra la meningitis B. Recién llegada a las farmacias, su administración se deja a la voluntad y el bolsillo de los padres, con el añadido de que las dificultades para adquirirla han generado uno de esos recurrentes brotes de obsesión que recorren patios y chiquiparks. La exigible autoridad científica sobre un asunto de salud pública se deshace aquí en un prospecto de dudas. ¿Es realmente necesario actuar aunque los casos sean residuales? ¿Por qué si es así no se incluye también en el régimen oficial? ¿Puede la salud de un hijo ser discrecional y quedar restringida a quien pueda pagarse los más de 400 euros que cuesta cuatro dosis de Bexsero? Quizás la respuesta no esté en la experiencia de los que saben sino en la cuenta de resultados de los laboratorios.


noviembre 2015
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