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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Aquella austeridad

inauguración

Se llamaba austeridad  y gobernaba hace tan poco tiempo que parece que fue hace siglos. De la noche a la mañana, todo parecía demasiado. El que tenía trabajo lo perdió y quien lo conservó fue a costa de probar con la lengua el filo de unas tijeras. El déficit abrumaba. Lo que hoy era absolutamente imprescindible mañana resultaba superfluo. Y el Gobierno pareció experimentar también la misma pulsión menguante. Un puñado de entes autonómicos desapareció, varios puestos de libre designación quedaron vacantes, eventos públicos se asomaron al borde del precipio. Alguno escribía en el anverso de los folios escritos para economizar papel oficial y la fiebre ahorradora se antojaba sincera. La mejor conclusión de aquel ayer tan próximo es que el paquidermo continuó andando sin perder el paso. Puestos que hasta entonces se habían vestido como de absolutamente necesarios resulta que eran accesorios. Habían desaparecido. Y no pasó nada. O sí. La caja respiró algo mejor sin tener que abonar las nóminas a un puñado de altos cargos y, de paso, la Administración trasladó así un mensaje de solidaridad a los que no por impostura sino por obligación tenían que apretarse el cinturón. Ha sido pasar unos meses y volver a las andadas. ¿Cómo se explica que puestos que llevaban años vacantes se hayan reasignado con tanta celeridad? ¿Queda oficialmente inaugurado este pantano de nombramientos? Volverá la crisis (o quizá nunca se marche) y será mentira que se podía hacer más con menos.


enero 2016
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