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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Sobera sabe

carlos sobera

Es improbable que un presentador sin gancho contagie de intrascendencia a un buen formato. Sin embargo, un conductor con el carisma de serie es capaz de sacar brillo a cualquier programa del montón. Carlos Sobera lo ha conseguido en First Dates. La propuesta de Cuatro de reunir a solteros en un restaurante para descubrir entre plato y plato si se complementan amenazaba ruina cuando se anunció su lanzamiento. En tiempos de amores cibernéticos y encuentros online por catálogo, congregar a dos extraños para ver como el otro deglute unos caparrones riojanos mientras recapitulan fracasos sentimentales o confiesan sus manías espantaba el encanto. Sobre todo, porque muchos dudaban de que la cosa se aliñara del realismo exigido para que el programa no desbarrara en una romería de inadaptados sin miedo al ridículo. O peor aún: otro escaparate más para rastreadores de fama efímera con la que promocionarse hacia otras islas, otros tronos. La mayor parte de los que acuden a la mesa de First Dates busca eso, una primera cita. Darse la oportunidad de conocer a otro y si la cosa no cuaja, limpiarse las migas, pagar la cuenta y volver a casa. Esa naturalidad es al menos la que contagian la mayoría de los participantes y la que Sobera se encarga de subrayar. Si alguien de la pareja trata de salirse del guión, ahí está el de Baracaldo para levantar la ceja, guiarles a la mesa con media sonrisa o, simplemente, deslizar ese comentario que lo mismo destensa la situación que encauza a los invitados a volcar confidencias privadas para el entretenimiento público. Como en esos periódicos que diferencian la información del publirreportaje con una advertencia en el vértice de la página, First Dates también reserva mesa de vez en cuando para frikies confesos. Una ración de espectáculo casi exigido por el fulgurante crecimiento que va experimentado el programa que el presentador también sazona con esa pizca de colegueo educado. Y siempre, en la distancia justa para que el espacio siga generando hambre por conocer las miserias (o encantos) de cada nuevo comensal. Para eso cuentan con un ingrediente que siempre da gusto: incluir en la receta a Carlos Sobera.


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