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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Animales en manada

manada

La manada no siempre sabe que forma un grupo. Y tal vez ni siquiera de que es capaz de la crueldad más atroz. El rebaño hiberna cuando la suma no es posible y sus integrantes constituyen una unidad inocua. Cada cual actúa individualmente con el rol asignado en su día a día. Vigila una carretera comarcal, estudia sobre un pupitre, despacha viandas detrás de un mostrador. Puedo hasta que se dedique a escribir en un periódico. Nada en su rutina deja entrever el animal que lleva dentro hasta que esas células se aglutinan. Entonces, como una reacción química entre elementos dañiños, dan lugar a un ente que no tiene el rostro de nadie pero acumula el odio de todos. Basta poco para que el conjunto se arracime. Y mucho menos para ejercer una brutalidad latente regada por la impunidad que inyecta a veces la masa. La excusa puede ser un compañero demasidado apocado. O excesivamente extrovertido. O si en vez de cachorros la grey es de presuntos machos adultos, una chica a la que solos no se atreverían a mirar pero juntos se alían para manosearla. Como las alimañanas, rodean a su víctima. Primero con insultos o descargas de vergüenza. Al rato, a base de forcejeos y hostias en el orgullo. Ese oscuro Frankenstein  cosido con los órganos más negros de otros seres extiende sus garras. Arrincona. Humilla. Hiere. Y luego, cuando ha asestado tantas detentalladas, se diluye otra vez en solitarios pusilánimes que reciben el asco de una pluralidad más valiosa: la de quienes repudiamos su cobardía.


octubre 2016
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