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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

La vida sigue igual

accidente

Decidí dejar de tomar la N-232 una mañana de invierno hace una eternidad. Manejaba un Ford Fiesta de segunda mano heredado de no sé de quién y tenía que viajar a La Rioja Baja tampoco recuerdo para qué. El caso es que llovía. Y con ganas. A la habitual romería de camiones se unía una multitud de turismos urgidos de llegar a su destino. El que más prisa llevaba era el que vi de pronto frente a mí. Unos metros más allá del limpiaparabrisas que no daba abasto para retirar la manta de agua, el coche estaba en plena maniobra de adelantamiento no de uno, sino de dos traílers a la vez. Se me heló la sangre al atisbarlo entre la bruma. Como en esas películas de ciencia ficción donde el tiempo se dilata y el espacio se contrae, clavé los dedos en el volante, apreté los ojos y me metí en el arcén en el momento justo que el kamikaze volvía a su carril. Por un instante y con el corazón aún en vilo, me imaginé en las portadas de los periódicos del día siguiente. Yacía debajo de la manta con que se cubren los cadáveres antes de que lleguen las asistencias sanitarias, al lado de un amasijo de hierros que una vez había sido mi viejo coche. La información se completaba con una sarta de declaraciones donde los partidos se culpaban mutuamente del colapso de la nacional y el retraso para liberar la AP-68 prometiendo (otra vez) fechas límite para atajar la sangría. Como esta semana se ha oído en el Parlamento, tantos años después la vida sigue igual excepto para quienes continúan muriendo en la N-232.

Fotografía: Miguel Herreros


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