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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Señoras y señores

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Ana Mato no sabía nada.  Llegaba el cumpleaños de sus hijos y, como cualquier madre, se afanaba por organizar la mejor fiesta posible junto a sus compañeritos de clases con globos, payasos, chucherías y tal vez emparedados de Nocilla. Cuando sacaba un hueco entre sus intervenciones en el Congreso, la exministra se encargaba seguramente de contactar con el resto de padres. Hacía una lista de posibles invitados –esta sí, porque vais juntos a clase de pádel; este no, que es un pegón y dice palabrotas–, dibujaba por la noche las invitaciones con rotuladores de brillantina y ponía una nota al pie de las cartulinas de colores: se ruega confirmación. Del resto del evento, ni mu. Los gastos corrían a cargo de otra persona. Concretamente, del señor Sepúlveda. Sentada en el banquillo, a preguntas sobre los regalos de Correa y compañía, Mato habla de su exmarido como un intruso. Un alien tan ajeno y respetable que no merece ser llamado por su nombre sino con el título de señor. Ella se encargaba de la logística, pero las facturas las pagaba no sabe cómo aquel extraño. Que fuese entonces su marido es irrelevante. El suyo no era una hogar, sino una empresa mercantil. En vez de cohabitar en un dormitorio, coincidían en su particular consejo de administración doméstico. Lo más escalofriante del testimonio de Mato no es su dejadez por el dinero, que por un hijo se hace todo, sino la gélida distancia con la que habla del que con un día casó. Si a usted en casa dejan de tutearle, vaya haciéndose a la idea de que ya es un don (o una doña) nadie.

Fotografía: EFE


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