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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Un buen ejemplo

moviles

La hiperconectividad es la manera sofisticada de llamar a esa subordinación brutal que (casi) todos tenemos al móvil y las redes sociales. No es ni fenómeno baladí ni un hábito inocuo. Para José Luis Orihuela, el experto en nuevas tecnologías de la información que esta semana ha recalado Logroño para advertir de los valores que esa dependencia acecha, se trata de la mayor brecha de la historia entre cómo fue alfabetizada una generación y lo está siendo la siguiente. Los patrones de educación que han gobernado hasta ahora no valen. O, cuando menos, deben adaptarse. Mientras que hace años un chaval se informaba consultando un libro o escuchando la voz de la experiencia, hoy domina sin más criterio ni referencias lo que ponga en Internet. Los padres no dormían tranquilos hasta que el mocete volvía a casa una noche de fiesta, pero ahora la amenaza puede encerrarse con él en su propia habitación mientras chatea sin saberlo con un pederasta. El catálogo de peligros abarca intangibles menos visibles. El secuestro de la mirada al otro por unos ojos pegados a la pantalla, el conocimiento sosegado, la capacidad de estar solo, la conciencia del largo plazo. Ese bien tan infravalorado como es el silencio. Visto así, el panorama se antoja tenebroso. Pero no tiemble. Hay un antídoto capaz de atenuar los síntomas más graves: el ejemplo. Y si la próxima vez que esté comiendo en familia consulta Twitter o el correo electrónico, no se asuste si sorprende a sus hijos haciendo lo mismo entre plato y plato.


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