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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Un auténtico crack

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Aunque nunca me lo ha confesado por ese carácter austero en palabras que se gasta, el yayo Tasio se siente frustrado conmigo. Lo que al abuelo le hubiera gustado de verdad es que yo hubiera sido una estrella del deporte. Su sueño cuando era un mocete no pasaba por verme de vez en cuando en esa fotito anticuada que encabeza esta columna, sino encender la televisión y que mi rostro abriera todos los telediarios. En su cabeza me imaginaba fichando por un equipo de los grandes. Algún cazatalentos me veía enfrentándome a los chavales de mi edad y los principales clubes del país (qué hostias, del mundo entero) empezaban a pelearse por mis servicios. La disputa alcanzaba cifras astronómicas, promesas de una vida resuelta para mi familia, análisis de viejas glorias que veían en mí su heredero directo. Una nube de micrófonos me asaltaba a la salida del último entrenamiento con los ídolos que todavía coleccionaba en cromos y yo declaraba con una mezcla de humildad y madurez: ‘mis compañeros son unos auténticos cracks’. Tasio barruntó que jamás llegaría a la cumbre (ni al valle) en cuanto me apuntó a regañadientes al equipo del barrio. No sólo no despuntaba, sino que cada partido era un sufrimiento. Desde la grada únicamente escuchaba la violencia verbal del resto de padres y abuelos, no tenía ninguna habilidad y yo hacía lo imposible por pasar inadvertido. Lo que siempre agradeceré al yayo es que entonces se dio cuenta de que aquello no era un deporte para adultos. Sólo un juego de niños para disfrutar.

Foto: Soydelateja


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