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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Juego sucio

baloncesto01

Señor entrenador: te escribo estas líneas para expresar todo lo que pensé desde la valla pero preferí callar  durante el partido donde removiste lo peor de mí. Tú mérito fue indiscutible. No está al alcance de cualquiera convertir un amable partido de niños de nueve años en un feo espectáculo. Sin embargo, lo conseguiste de pleno espoleando a los críos que diriges a ser agresivos, entrar más fuerte, echarse encima, no consentir ni una canasta del rival. Lo que podría haber sido un lance casual se prolongó durante media hora infinita. Y sólo gracias a ti. A esas órdenes broncas y el desprecio al árbitro que, por favor, pedía no confundir la intensidad con brusquedad. Esa manera de arengar al equipo como si estuvieras dirimiendo la final de la Euroliga en vez de un inocente partido de chiquillos que siguen creyendo a su edad que el baloncesto es una deliciosa manera de divertirse en grupo sin importar el resultado ni la habilidad de cada uno. Por un momento vi en tu cara la razón por la que lamentablemente el deporte de base es noticia de vez en cuando por deleznables batallas campales alrededor de las pistas. Ahí fallaste. Toda la serenidad que te faltó es la que derrochó el público que te vio atónito, sin entender el porqué de una actitud furibunda. Aunque lo peor llegó con el pitido final. Cuando nos tocó explicar a los mocetes aún renqueantes que eso no es el deporte ni sus valores. Que el próximo fin de semana volverán a disfrutar como de costumbre. Me despido lamentado no que seas un mal entrenador, sino un pésimo educador.


enero 2018
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