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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Abriendo puertas

LOGRONO. Tres jovenes síndrome de down comparten un piso tutelado. 19.03.2018 Justo Rodriguez

Usted no valora (casi ninguno lo hacemos) la sensación de plenitud que produce rebuscar en el bolsillo y notar el tacto de las llaves de casa. Volver del trabajo o de cualquier otra actividad con que rellena su jornada y sacar ese manojo de anodinas piecitas metálicas para escoger una de ellas e introducirla en la cerradura. Franquear la puerta del lugar donde reside y plantarse en un territorio privado, un hábitat propio. En su mano está hacer a partir de ahí lo que le plazca. Tirarse en el sofá y demorar sus obligaciones domésticas. O ponerse a hacer la comida y esperar a que el resto de su familia o sus compañeros de piso en caso de que no viva solo vuelvan para compartir la cena comentado los avatares del día. María, Andrés y Álvaro tienen desde hace pocos meses las llaves de su propia casa por primera vez. Un piso estándar en alquiler en una calle cualquiera donde experimentan diariamente el placer de entrar en él después de sacar el llavero que llevan consigo. Y no sólo eso. Dentro disponen de una habitación para ellos solos. Unos modestos metros cuadrados que cada uno ha decorado a su gusto, sin que nadie les sugiera qué cuadros colgar en la pared ni le obligue a hacer la cama cada mañana antes de marchar a sus labores. El fortín de sus respectivas independencias. Eso que para cualquier joven constituye un pequeño triunfo en su proyecto vital, para María, Andrés y Álvaro es la victoria más absoluta. Porque ellos tienen síndrome de Down y vivir por su cuenta era una quimera que unas veces por razones económicas y otras por las dudas (propias o de los suyos) nunca llegaba. Con el gesto de abrir solos cada día la puerta de su casa lo están logrando. Ojalá que nunca se cierre.

Fotografía: Justo Rodríguez


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