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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Seres vacíos

librobuena

Cuatro de cada diez personas no tienen nada dentro. Es probable que alguna de ellas esté muy cerca de usted. En la cola del supermercado, compartiendo la misma oficina, en la sala de espera de la consulta donde aguardan a que el médico de cabecera les atienda en seis minutos. Si pudiera aproximarse sigilosamente a ellas y golpearles con los nudillos percibiría el eco que desprende el vacío. Un sonido metálico y ausente, casi gélido. Ese tipo de oquedad absoluta que no corresponde a los recipientes que alguna vez han contenido algo y sólo destilan los que nunca han albergado dentro nada más que silencio y telarañas. Se trata de casi el 40% de la población que en su vida ha leído un libro, según acaba de publicar el Barómetro que elabora anualmente la Federación del Gremio de Editores. O para ser estrictos y ténebres, incluidos aquellos que alguna han pasado páginas por obligación pero jamás por placer. Ninguno ha podido por tanto registrar en su memoria algún universo propio al sumergirse en una novela, dejarse arrastrar por un cuento o picotear un haiku. Fantasías intransferibles. Divergentes incluso a las que el autor tuvo en la mente cuando las escribió y con el sello de originalidad que la dictadura visual de la televisión es incapaz de proporcionar. Son los mismos que en los momentos de pena o ansiedad, de rabia o simplemente aburrimiento, han perdido la ocasión de escapar por el túnel de la imaginación regalada por otros. No han mutado en héroes por capítulos. Ni han podido disfrutar siendo un villano a tiempo parcial. Morir en un punto y aparte y renacer en el siguiente párrafo. O sin más: saborear historias ajenas que llenan todos los vacíos.


enero 2019
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