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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Candidatos

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El candidato (o candidata) sabía que lo sería antes de anunciar oficialmente su candidatura. Las primarias han pasado como un mal trago obligado y su puesto se pone de largo con el aval del partido. Si se postulaba alguien más, porque las bases le han refrendado. Si nadie más le ha hecho sombra, porque su figura es indiscutible y la democracia un trámite fútil. El candidato es candidato, entre otras razones, porque ha interiorizado el manual del candidato. Un prontuario donde se agolpan lugares comunes, frases hechas, consignas prefabricadas y titulares tan epatantes como vacíos que el aspirante es capaz de ir alternando en su discurso como si fueran propios. Aferrado a esa disciplina que le ha aupado, el candidato sentencia que sale a ganar las elecciones. Lo suelta con rotundidad, sosteniendo la mirada ante las cámaras. Sin ser consciente de que la noticia sería precisamente lo contrario: que concurre asumiendo un virtual descalabro en las urnas. Hasta parece que sus palabras están perladas de sinceridad. La misma que proyecta cuando relata que está preparado para este desafío, que lo afronta con ilusión, que cuenta con un equipo sólido. Que si ha dado el paso no es por un arribismo egoísta, sino porque una miríada de voces le han susurrado durante meses hasta convencerle de que es la persona idónea. Y claro, no podía defraudar las expectativas depositadas en su abnegada figura. El candidato recita la lección tan de carrerilla y sin entrar en charcos ideológicos que olvida que su candidatura es así la misma de otras tantas candidaturas. Pero el elector ansía escuchar una voz genuina. Tener, al menos, el derecho a sentir que vota a una persona y no a ese robot al que unas siglas dan cuerda cada mañana


marzo 2019
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