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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Benedictus

Justamente hoy se cumplen los cien días de gracia (santificante en este caso) que como a todo mandatario importante le fueron concedidos al nuevo papa de Roma cuando el cónclave lo designó sucesor de Juan Pablo II (¿se acuerdan de él?) y, para demostrar que no tengo nada contra la institución, quisiera ser de los primeros en reconocer que los cardenales (convenientemente insuflados desde las alturas miguelangélicas) acertaron en su elección. Pasados los primeros días, en los que Ratzinger parecía un actor mal caracterizado de JP (sobre todo para quienes no conocieron otro papa), el presunto implacable martillo de herejes demostró que llegado el caso también sabía sonreír (si bien un poco de lado), acariciar niños y bendecir a la multitud. Yo me alegré por él, porque se lo había currado pateándose la calle con su carterilla de cobrador de recibos bajo el brazo y porque siempre he defendido la carrera profesional. Lo que no acaba de gustarme de este pontífice es el sobrenombre que escogió para reinar. Benedicto XVI se me antoja pasado de moda, rancio, impropio de un intelectual del siglo XXI. Supuse que el nuevo Papa desharía el empate de sus predecesores y que los nombres de Juan XXIV o Pablo VII ofrecerían alguna pista sobre los derroteros por los que el nuevo pastor de la Iglesia pensaba conducir a su rebaño. Pero, ¿Benedicto? Se han ofrecido varias explicaciones a tan enigmática elección y, aún a riesgo de exponerme de nuevo al anatema, les confesaré mi teoría particular. El cardenal Ratzinger sufrió un derrame cerebral, que en la jerga médica se denomina ictus. Pues bien, aunque desconocemos los detalles sixtinos de la ceremonia de proclamación papal, es probable que al nuevo sucesor de Pedro se le pregunte si padece algún impedimento físico para el desempeño del puesto (a mí me lo preguntaron antes de darme una plaza vitalicia en la Seguridad Social). Y se comprende que el bueno de Joseph, viendo peligrar el momento que daba sentido a su vida, se apresurara a contestar: «¡Io sono bene d’ictus!». Y con Benedictus se quedó. Pues, bromas aparte, espero que siga igual de bene muchos años. Insisto, me cae bien, y no sólo porque él también adora a Wagner.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.