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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Más filosofía

El caballo de las interminables batallas episcopolíticas entabladas por las sucesivas leyes de educación que asolan nuestro país es siempre el mismo: la asignatura de religión. Y no entiendo semejante derroche de pasión, debate y pancarta por tal motivo, cuando ser ateo o creyente no practicante es compatible con la posesión de las más altas virtudes morales, mientras que los más ilustres canallas pueden saborear sin empacho su comunión en primera línea de presbiterio. Sin duda son otras enseñanzas distintas de la religión las capaces de modelar personalidades óptimas en la factoría de prototipos que debería ser el aula, y no la benevolente ITV anual de cerebros deteriorados en que se está convirtiendo. Y tampoco me estoy refiriendo a las matemáticas, el inglés o las ciencias naturales. Nuestros aprendices de adultos se pegan quince años tratando de aprender multitud de cosas destinadas al olvido que probará la sospecha de su inutilidad para la vida cotidiana. Pero, que se sepa, no se dedica ni una hora a enseñarles cómo tratar de conseguir la máxima aspiración de todo ser humano: la felicidad. Estoy seguro de que incluso los manifestantes del 12-N suscriben los nobles fines (Art. 2) que pretende la LOE. El problema es que tan loables propósitos no se consiguen estudiando quebrados, afluentes o diptongos. Y que, insisto, falta el fundamental: enseñar a vivir. Es decir, a respetar y ser tolerantes, valorar el presente, hacer algo por los demás, evitar la estupidez y usar la inteligencia, amar el trabajo bien hecho, combatir la injusticia, descubrir «el gozo que nace de la verdad», ejercer la rectitud moral, practicar la templanza, desear lo que tenemos y no lo que nos falta, y a quedarse en casa disfrutando de los clásicos durante el chupinazo. Con este laico temario puede que no se consiga el Cielo pero sí, seguro, una Tierra más llevadera. Terminar el bachillerato sin haber adquirido estos valores me parece más fracaso escolar que suspender física, geografía o literatura. Así pues, menos conocimientos y más sabiduría. O sea, menos química, tecnología, religión, historia o biología, y más filosofía, única disciplina capaz de ayudarnos a responder a esas preguntas que no se hacen en ningún examen pero que no dejaremos de formularnos nunca: quién soy, a dónde voy y cómo debo comportarme para no ser demasiado infeliz. De lo contrario, una generación más, nuestros hijos aprenderán a vivir cuando la vida haya pasado. Si es que llegan a aprender.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.