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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Mártires

Para los amantes de la lengua (y no hablo de lúbricos lameteos sino del gusto por el idioma), la etimología es a las palabras lo que el evolucionismo a la zoología. Para la mayoría de la gente no será una actividad apasionante, pero para quienes debemos escoger las palabras con delicadeza y rigor de entomólogo para expresar lo que pensamos, el estudio de los cambios operados en el significado de las palabras desde su procedencia original es apasionante.

Hoy me ocupo de un término de recorrido tan corto que sólo ha sufrido una transformación semántica, que varió para siempre su significado: «mártir». En su origen griego, significaba «testigo», es decir, espectador presencial u ocular de un acto o una acción. Presencia que puede ser casual, o intencionada, para dar testimonio de lo contemplado, y este matiz determinó el giro semántico definitivo: mártir es quien muere por dar testimonio. Los mártires por antonomasia son los que dan su vida por declarar su fe o negarse a apostatar aún bajo tormento y amenaza de muerte. Todas las confesiones los tienen y alguna tan secular como la católica ha ocasionado tantos como los que ha padecido. En nuestros días, una de las plagas más mortíferas de la humanidad, la religión (las otras son el comunismo y la peste negra), continúa persiguiendo, proscribiendo, encarcelando, torturando y ejecutando creyentes de otras confesiones, devenidos en mártires. La de las tres ramas monoteístas del tronco abrahámico, cristiana, judía y musulmana, es la historia universal de la intolerancia genocida. Pero en los últimos tiempos, la palma del fanatismo religioso, del asesinato en nombre de Dios, se la lleva el Islam, que no sólo pretende eliminar a sus viejos primos, sino incluso a hermanos como bahaístas, yazidíes y chiítas (recordemos de nuevo que los islamistas están en su siglo XIV, y en el nuestro la intolerancia católica también masacraba a cristianos disidentes).

Sin embargo, no sólo hay mártires por dar testimonio de la fortaleza de su fe. La era de la comunicación, con enviados especiales hasta en el infierno, ha generado una  modalidad laica de martirio: el periodístico. La estremecedora fotografía del reportero James Foley segundos antes de su brutal asesinato a manos de un siniestro verdugo –al parecer, un rapero londinense infectado por un virus mucho peor que el ébola– nos retrotrae a los grabados medievales de la ejecución de herejes. Pasando trágicamente de testigo a protagonista de la noticia de su vida, que fue la de su muerte, Foley ha perecido dando testimonio de la barbarie desplegada por el Estado islámico. Y aún dicen que el periódico es caro.

(el-bisturi.com)

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.