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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Guerra

La indemnización que Teresa Romero se ha apresurado a exigir nada más resucitar (los mismos 150.000 por su honor que por su perro) me ha evocado la respuesta de Alfonso Guerra al aumento de las expectativas electorales de Aznar cuando ETA intentó asesinarlo: «En este país, lo que no mata engorda». Y no voy a dedicar la columna a la auxiliar de enfermería más famosa de España, felizmente curada, sino al inefable personaje que fue reverso y mano izquierda de Felipe González (sin que la derecha supiera lo que hacía), segundón del PSOE, vicepresidente del gobierno y que, después de treinta y siete calentando escaño, concluye su carrera política.

En este país siempre importa más lo dicho que el hecho. Llamar canalla o sinvergüenza a quien lo es, por ejemplo, está peor visto que serlo. Y durante sus doce trienios en política Guerra habrá hecho cosas, pero el poso que deja en la memoria colectiva es un repertorio sabroso de frases cargadas de pullas, ocurrencias y descalificaciones con las que este hombre mordaz, viperino y faltón hacía las delicias de la basca socialista en sus arengas mitineras.

Además de llamar «bambi» a Zapatero, «señorita Trini» a Trinidad Jiménez, «fotocopia arrugá» de Suárez a José Ramón Caso, «holgazán» a Rajoy o «tahúr del Misisipi» al propio Suárez, dijo cosas como que la única diferencia entre Fraga y Suárez era que aquel se peinaba con el pelo de punta y este hacia atrás, que don Manuel tenía los intestinos en el cerebro, que Soledad Becerril era Carlos II vestida de Mariquita Pérez, que, en lugar de desodorante, la Thatcher usaba Tres en uno o, menos fino, que «Aznar y Anguita son la misma mierda». «En política, la única posibilidad de ser honesto es siendo aficionado», afirmó en otra ocasión este político profesional hermano del protocorrupto Juan Guerra, cuya actividad en un despacho oficial aportó a la legislación española un nuevo delito, el tráfico de influencias.

De su populismo de los primeros tiempos me quedo con estas perlas del collar: «No descansaré hasta conseguir que el médico lleve alpargatas (mitin en Jerez, 1982)», «Podremos meter la pata, pero no la mano»   y «Nosotros no queremos acabar con los ricos. Queremos acabar con los pobres». Luego se gobierna y pasa lo que pasa.

En una ocasión, en fin, la sombra grotesca del lindo Isidoro advirtió: «Hay Guerra para rato». Cumplido el rato, la jubilación de don Arfonzo significa también la culminación definitiva de la Transición. Guerra se va, y lo hace con la misión bien cumplida: «El día en que nos vayamos, a España no la va a conocer ni la madre que la parió». Y no se confundan, porque siempre me han caído bien los deslenguados que se derriten como azucarillos escuchando un adagio mahleriano.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.