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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Esclavos

«Pauci libertatem, pars magna iustos dominos volunt» (Salustio)

 

En 1789 el pueblo parisino explotó en la madre de todas las revoluciones bajo el utópico lema «liberté, egalité, fraternité», tres mitos inalcanzables del anhelo humano mejor intencionado.

Literalmente, la «fraternidad» pretendía que todos los seres humanos somos hermanos, lo cual no significa excelente relación, habida cuenta de tantos hermanos que ni se hablan o se llevan a matar. Es un término obsoleto que hoy actualizaríamos por «solidaridad», ese emotivo apoyo incondicional que ofrecemos a quienes lo están pasando peor siempre que nos exija poco y si es gratis mejor.

En cuanto a la «igualdad», ante la evidencia de que, por mucho que se legisle, nunca serán iguales el emprendedor que el maula, el cobarde que el valiente, el tonto que el listo o el patán que el cultivado («quod natura non dat Salmantica non praestat»), nuestra bobalicona sociedad se contenta con perseguir un igualitarismo que consiste en tratar a todos igual aunque no lo sean o no se lo merezcan, lo cual es injusto.

Y qué decir de la más ficticia de las tres supremas aspiraciones de la Humanidad oprimida, la «libertad». Esa pretendida «facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra», ese «derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad». ¿Libertad de obrar? A cierta edad ya ni obras cuando quieres sino cuando puedes. Si será ilusoria que ya nadie se atreve a reivindicar una Libertad singular, absoluta y mayúscula, y hemos de conformarnos con «las libertades» o libertaditas resultantes de la descomposición del gran concepto: libertad de expresión, reunión, asociación, circulación, voto, conciencia, culto… Todas ellas convenientemente reguladas por leyes coercitivas.

Si lo contrario de libertad es esclavitud, incluso los habitantes de los países más ricos, desarrollados y «libres» del planeta somos más bien esclavos, encadenados de pies y manos por multitud de pasiones, compromisos, deberes y obligaciones. Esclavos del trabajo, de la familia, de nuestros deseos, afanes, temores y preocupaciones, de nuestras obsesiones, manías, vicios, creencias, deudas, ambiciones, enfermedades, aficiones y adicciones.

Refiriéndose a los esclavos, el historiador Salustio aseguró hace dos mil años que «pocos desean la libertad, la mayoría quieren un amo justo». Pero resulta que «dar a cada uno lo que merece, le corresponde o le pertenece», la llamada «justicia», es otra ficción que merecería figurar como cuarta quimera del célebre eslogan revolucionario si no fuese porque, además de colisionar con la egalité, no rima con las otras. Además, ya lo dejó bien clarito el camarada Lenin: «¿Libertad, para qué?».

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.