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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Degustatio, vinum, tumultum

«… desde hace tiempo —exactamente desde que no tenemos a quien vender el sufragio—, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo». (Juvenal, Sátiras X, 77–81)

 

Algunas cosas han cambiado poco en los dos mil años transcurridos desde que el poeta latino acuñó la expresión panem et circenses para criticar la concesión asistencialista de alimento y diversión a la plebe para distraer sus miserias. Como, por ejemplo, las fiestas de los pueblos. Wikileo que el origen de los sanmateos se remonta a una antiquísima feria que se celebraba en septiembre, el mes de la «acción de gracias» por las cosechas. La fecha del 21 acabó fijándose por un decreto de Isabel II con criterio tributario, tratándose de un mercado agrícola y ganadero, pues el santoral dedica el día a un recaudador de impuestos, sin vínculo con una ciudad cuyo santo patrono de verdad, el de procesión, es otro.

Con el tiempo, las ferias y fiestas fueron perdiendo su carácter comercial y religioso para convertirse en jornadas lúdico-festivas que paradójicamente las retrotraen al «pan y circo» de un Imperio que también hoy está en manos de un botarate (Juvenal nació cuando Nerón). Por lo que respecta a estas «Fiestas de la Vendimia», sobrenombre franquista (a ver esa memoria histérica) otorgado a las de San Mateo en 1956, la retroacción es tan brutal que nos adelanta hasta los tiempos paganos en que el jefe de la tribu ofrecía el primer fruto de la cosecha a la deidad local de la fecundidad.

Y en una sociedad tan primitiva en el fondo —y en la forma— como ésta, ya sabemos qué se entiende por «lúdico-festivo»: comer, beber y alborotar. Este es el común denominador asequible de las fiestas de todos los pueblos: ruido (mayormente nocturno), panzada y borrachera (mayormente infantojuvenil). El desmadre, vaya. Luego ya, según permita el presupuesto municipal, estarán los fuegos, la verbena, la carroza y, cómo no, la vaca, otro culto totémico resistente al paso de los siglos, en sus modalidades cutre (vaquilla popular) o elitista (la corrida no está al alcance de todos los bolsillos).

Apruebo que la gente crea divertirse como le parezca, pero con dos límites: sin molestar a quien no desee sufrir los horrores de la fiesta y, desde luego, sin cargo a los presupuestos de estos ayuntamientos tan generosos a la hora de «regalar» o subvencionar diversiones a los ciudadanos a los que estrujan a impuestos, tasas y multazos para financiarlas. Sé lo canso que puedo resultar con este tema pero, de nuevo Juvenal, «difficile est saturam non scribere». Para este inevitable aguafiestas, mucho.

 

 

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.