Hoy va en serio y por si me falta espacio empiezo por el final: la Ley 6/2018 de protección de los animales en la Comunidad Autónoma de La Rioja me parecería un ejercicio de cinismo legislativo si no contuviera normas tan absurdas y ridículas que la convierten en un esperpento. Para empezar, esta Ley se declara motivada para proporcionar estados tan genuinamente humanos como «bienestar » y «felicidad» a los animales, pero solo a los de compañía o mascotas y en concreto a tres especies nombradas: perros, gatos y hurones. De los demás bichos ni mención, y no digamos de los confinados en explotaciones o de los matados por deporte o diversión, de los que se desentiende descaradamente aunque sean los más maltratados por el homo riojanus.
Lo más sorprendente no es que los animales (o sea, el perro, el gato y ese hurón con el que al parecer conviven tantos riojanos) tengan «derechos» que ya quisieran muchas personas, como a vivir «con unas instalaciones suficientes, higiénicas, de acuerdo a sus necesidades etológicas y fisiológicas, con protección frente a las inclemencias climatológicas, asegurando que dispongan del espacio, ventilación, humedad, temperatura, luz y cobijo adecuado para evitarles sufrimientos y satisfacerles sus necesidades vitales y su bienestar», a viajar «en un espacio suficiente en el interior del medio de transporte empleado» o a no permanecer en «locales públicos o privados en condiciones de calidad ambiental, luminosidad, ruidos, humos y similares que puedan perjudicarles tanto su salud física como PSÍQUICA».
He aquí el aspecto más grave y preocupante de esta perla legislativa, aunque también el más ridículo y aberrante. La ley atribuye a los animales psique, o sea, mente, es decir, «conjunto de capacidades intelectuales de la persona». En definitiva, eleva a los animales (ya saben, a perros, gatos y hurones) a la categoría de seres racionales, o sea, humanos. De aquí a la protección social o al derecho al voto solo hay un paso.
Naturalmente aplaudo que se prohíba la utilización de animales en «actividades que puedan ocasionarles daño o sufrimiento, que impliquen tortura, crueldad o maltrato como juego y espectáculo o por perversidad», pero si se excluyen las truchas, las perdices o los toros, ¿para este viaje necesitaban sus incongruentes señorías semejantes alforjas? Y no me malentiendan, no estoy criticando la caza, la pesca o la lidia sino la existencia de un Parlamento dedicado a legislar disparates como una ley que le impone sacar de paseo al hurón dos veces al día y le prohíbe regalar su gato pero le obliga a castrarlo.
El emperador Calígula trató a cuerpo de rey a su caballo Incitatus pero torturó hasta la muerte al auriga con el que perdió una carrera. Nihil novum sub sole.