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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Las barbas del vecino francés

Pasará tiempo hasta que asumamos el impacto de los disturbios de estos días en Francia. Una ola de vandalismo y destrucción recorre los suburbios de París. Incendios y destrozos de todo tipo protagonizados por miles de jóvenes franceses, ojo, nacidos en Francia, hijos de inmigrantes de países magrebíes. Una segunda generación cuyos jóvenes se definen también como musulmanes. Por cierto, los autores de los atentados de Londres del pasado julio eran británicos, descendientes de emigrantes del antiguo imperio inglés, pero nacidos en Inglaterra.
En lo económico, Francia no va bien: paro, déficit, gasto público enorme y no ha liberalizado las empresas públicas. El sistema educativo hace aguas por todos los lados, no da autoridad a los profesores en clase, los maestros apenas pueden esforzarse en otra cosa que no sea sobrevivir a sus alumnos y suspender no tiene la menor importancia. En lo social, los inmigrantes se aglomeran en los suburbios de las grandes ciudades, en auténticos guetos, con elevados índices de paro y, por si fuera poco, con una mentalidad y unos modos de vida que chocan de frente con los valores de la sociedad francesa.
La mecha ha prendido en unos jóvenes que no saben lo que son ni lo que quieren, no tienen metas, no se identifican con su padres, pero tampoco están integrados en la cultura del que es su país. Esta marginalidad produce odio al sistema y prenden fuego a todo lo que se les pone por delante como un símbolo de quemar la cultura y el sistema de valores de la sociedad en la que han nacido pero que no sienten como suya. Desprecian al país que acogió a sus padres y queman sus valores democráticos y su solidaridad.
Integración es la palabra mágica. Pero lo que de verdad tiene que pasar es que los inmigrantes y sus descendientes compartan los valores de la sociedad en la que viven y trabajan. Y también que esta sociedad invierta recursos en que haya de verdad una integración, más allá de las palabras bonitas que se lleva el viento.
En España no ha pasado todavía nada. A ver si recordamos lo de «cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar» y evitamos en esta nación (con permiso de Carod, como diría mi santo) el caldo de cultivo que se puede crear por la llegada masiva de inmigrantes y la falta de previsión.

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Por Mayte CIRIZA

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