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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

De premio, una mujer

Una mujer le cuenta a otra, en tono alarmante, que no puede quitar la mancha de la camisa de su marido. Esta segunda le recomienda un jabón para la lavadora, que es el no va más contra las manchas. El marido, cuando vuelva a casa después de trabajar, encontrará todo en orden, la mujer en su sitio y la camisa impecable. Todo es alegría en el hogar gracias al detergente en cuestión. Éste es uno de tantos anuncios que mantiene la desigualdad de género a toda pastilla (de detergente, nunca mejor dicho, y no quiero citar ninguna marca).
Mientras que la publicidad nos presenta un hombre que triunfa, que se desarrolla profesionalmente y toma decisiones, la mujer aparece como obediente secretaria o tierna ama de casa encantada con esa lavadora tan silenciosa. Me repatea que cuando llega el día de la Madre nos inundan con anuncios de electrodomésticos (por lo visto las mujeres nos sentimos muy realizadas con la última plancha). Sin embargo, cuando llega el día del Padre, lo que abundan son artículos para su uso personal.
La publicidad crea modelos de conducta, inculca comportamientos, transmite valores. Dedicamos mucho tiempo a debatir sobre la educación, y en realidad a lo que habría que prestar más atención es a los publicistas, que son los verdaderos educadores de la sociedad y que marcan, no sólo las modas, sino también las actitudes y las tendencias sociales.
Por cierto, observo que el Observatorio de la Publicidad Sexista, que depende del Instituto de la Mujer, observa muy despacio, porque todavía no ha hecho público su Informe de 2005, ¡y estamos casi en octubre de 2006!
Pero el modelo de ama de casa sumisa no es nada, comparado con el otro gran reclamo de la publicidad que es presentar a la mujer como objeto sexual, realzando sólo su físico y presentando el sexo femenino como premio por la compra del producto. No hay más que ver muchos de los anuncios de perfumes, cremas o desodorantes para hombres. Por no hablar de los de coches y motos. En todos estos casos sucede lo mismo: la mujer se convierte en un producto más, en un simple objeto y reclamo comercial.
Lo malo es que nuestros jóvenes aprenden en la publicidad los comportamientos que desempeñarán de mayores. Si comes el chicle del anuncio, todas las chicas vendrán a besarte y comerse tu chicle. Si compras el coche ése, todas querrán subirse (al coche y a ti) y ponerse a tus pies. Si te pones ese desodorante, se arrojarán en tus brazos. La mujer se convierte en el 2×1, en lo que te llevas gratis por comprar esas magníficas cuchillas de afeitar. El mensaje está claro: si compras ese producto…tendrás de premio, una mujer.

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Por Mayte CIRIZA

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