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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Sin techo

No es una cuestión de estética, sino de ética. No se trata de evitar los problemas, sino de abordarlos. No estamos hablando de tener limpias las plazas, sino de la dignidad de las personas. No se trata de esconder a los sin techo que habitan en las calles de nuestras ciudades, sino de atenderles y de protegerles.

La ha liado Gallardón al meter en plena precampaña la propuesta sobre los “sin techo”. Ha pedido el alcalde de Madrid una ley nacional que obligue a los sin techo a dejar la calle. Y ha abierto la caja de los truenos quizá en el momento menos indicado para el análisis sosegado y para conseguir una propuesta de consenso, en un tema tan sensible y sobre el que habría que alcanzar grandes acuerdos. Sostiene Gallardón que “la situación de los mendigos se puede eludir, ignorar o abordar”, que se trata de no tener una mirada indiferente hacia los que duermen en las calles y que su ley “no es una prioridad estética de la ciudad, sino social”. Pero, ¿quién no está a favor de esto, aunque lo diga Gallardón?

Nadie duerme a la intemperie entre cartones por gusto estando en su sano juicio. Según un informe sobre las personas “sin hogar”, cerca del cuarenta por ciento de los que viven así sufren problemas mentales o de adicciones. Al resto, la vida los ha ido dejando tirados. Nos sorprendería conocer las historias que hay detrás de estas personas, con problemas de rupturas, desamparo, desesperanza, desarraigo y de infinita soledad. Han perdido la capacidad de tirar hacia delante, en su horizonte no existe la esperanza y sufren un problema dramático de falta de autoestima.

Un porcentaje muy alto de ellos han sido insultados, robados o agredidos. Y eso que, como viven al margen del sistema, muchas de las agresiones ni se denuncian, pasan desapercibidas. Solamente cuando es algo muy grave salta a los medios de comunicación, como cuando la semana pasada podíamos leer en este periódico que cinco menores habían intentado quemar a un indigente en una calle de Valencia.

No vamos a acabar con la marginalidad, siempre habrá quien caiga en esta situación. Lo que no podemos hacer es permitirla y abandonar a estas personas a su suerte. Hay que tener programas de integración social y laboral y de atención psicológica para sacarlas de esa espiral destructiva en la que están metidas y, por supuesto, unos buenos servicios asistenciales. No ser capaces de atender a estas personas nos debiera avergonzar como sociedad.

No es una cuestión de colores políticos, es una cuestión de humanidad. No tener un lugar donde caerse muerto no es progreso, ni social ni moral. A quienes dicen que no se puede ir contra los derechos de los que quieren vivir entre piojos, basura y cartones en medio de la calle, les recordaría que a lo que tienen derecho es a la higiene, a la alimentación, a la salud, al trabajo, al respeto, a la dignidad. Y a vivir bajo techo.

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Por Mayte CIRIZA

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