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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

A mí no me grite

Pero ¿por qué gritaba? No era eso lo que tenía que hacer. Casi todos los analistas han coincidido en que no era un mitin lo que tenía que soltar Carmen Chacón, sino un discurso ante un auditorio preparado, el del Congreso del PSOE de este fin de semana. Según cuentan, los técnicos de sonido se las vieron y se las desearon para modular el audio con sus gritillos y sus subidas de voz. Incluso soltó durante su intervención, de tono muy elevado ya de por sí, varios gallos.

Esta misma pregunta, ¿por qué grita?, me la hago a menudo cuando veo la tele. Hay cadenas que de hecho son un grito permanente. Veas el programa que veas, los chillidos entre los contertulios son constantes, como si quien más gritase tuviera más razón, y suele ser justo al revés. Normalmente el que más grita es el que menos tiene que decir, el que menos razón lleva, no tiene ideas, o se siente inseguro y, como está vacío de argumentos, quiere imponerse con los gritos (y no lo digo por Chacón, que no se me malinterprete, sino en general). No sólo pasa en esos programas del corazón de la tele, no hay más que seguir algunos debates en el Congreso de los Diputados para ver cómo hablar a gritos se ha instalado en nuestra vida pública.

Y en la privada. Los chavales hablan a gritos, en las aulas y en los recreos imitan los modelos de la tele y lo que ven en sus casas. En fin, esto es lo que hay en nuestra sociedad, y se da en todas las capas sociales.

¡Y si sólo fueran los gritos! Los insultos, las descalificaciones, el lenguaje soez, la vulgaridad y la grosería se han instalado en esas repugnantes tertulias del corazón en televisión, que, para colmo, se emiten además en horario infantil. Los educadores han constatado un aumento de los insultos de los hijos hacia los padres a imitación de esos programas, que sencillamente tendrían que estar prohibidos en su formato actual.

El peligro está en que esto no nos llame la atención. Es muy preocupante que los chillos se consideren una forma normal de relacionarse. Los gritos no son convincentes, sólo sirven para estresarnos y, además, son bastante inútiles, ya que no se presta atención a lo que dice quien grita, porque su sobreactuación se lleva todo el interés del oyente. ¡Con lo que relaja hablar bajo, con calma, pausadamente! De hecho a un bebé –aunque no entienda- se le habla en tono bajo y despacio para calmarle y estimularle.

Los gritos no son solo una muestra de buena o mala educación, sino también del respeto hacia los demás. Se trata de hablar como quieres que te hablen a ti, de tener empatía y de escuchar con atención. Por eso, como bien titula el genial Quino en uno de sus libros, hay que llevar siempre a la práctica eso de “a mí no me grite”.

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Por Mayte CIRIZA

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