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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Cuentos de Navidad

María y Alicia Espinosa hacen con abalorios pulseras, collares, y pendientes, decoran marcapáginas de cartulina y todo ello lo ponen a la venta en el bar de su tío en Lardero y también entre sus conocidos. La cantidad de dinero recaudada la destinan a turrones y mazapanes que entregan a la Cocina Económica de Logroño. María y Alicia tienen 9 y 10 años, y dicen que lo hacen para que quienes van a la Cocina “noten que es Navidad en los postres”
Estas dos niñas, siendo tan pequeñas, saben ponerse en el lugar de los que peor lo pasan y con lo que modestamente ganan con sus ventas intentan ayudar a los que lo necesitan. Son todo un ejemplo de generosidad y solidaridad, y una muestra también de que esos valores se trasmiten en la familia. El mundo sería un lugar más habitable con más casos como el de María y Alicia.
Peter Angelina es un nigeriano de 36 años que vende pañuelos en los semáforos de un cruce del barrio de Triana, en Sevilla. Se encontró un maletín que estaba en el techo de un coche y que, al arrancar, cayó al suelo. Corrió detrás del coche pero el conductor no se percató. El maletín tenía 3.000 euros y varios cheques por importe de 13.000 euros. Pedro (así le conocen los vecinos de la zona) lo entregó a la policía, que localizó al propietario, un empresario, gracias a la documentación del maletín. Peter sobrevive con lo que saca en el semáforo, unos 15 euros al día.
Su argumento al devolver el maletín era muy sencillo, muy simple: “Aquello no era mío. Los céntimos que yo gano cada día son míos, pero ese dinero no era mío”. Los vecinos le toman el pelo diciéndole que con lo bien que le habría venido, ¿cómo se le ocurrió devolverlo? En las redes sociales comentaban con ironía, reflejando la falta de valores de nuestra sociedad, “un inmigrante devuelve un maletín con 3.000 euros, este no se ha integrado en España”. El afirma con rotundidad: “no soy tonto, soy bueno” y que volvería a hacer lo mismo una y mil veces.
Lo que aquí nos parece un acto extraordinario de honradez, para Peter es lo normal, “porque es la educación que me dio mi padre”. Dedica también todo el tiempo que puede a ayudar en la parroquia, porque, asegura que “hay gente que lo pasa peor que yo”. Frente a la podredumbre de la corrupción, este nigeriano que malvive vendiendo pañuelos en los semáforos de Sevilla es un referente de los principios y valores que necesita la sociedad. Él, precisamente él.
En las pequeñas cosas y en las más humildes personas están a veces las más grandes lecciones morales. Lo mejor de todo, es que lo de Pedro, María y Alicia son historias reales, aunque parezcan cuentos de Navidad.

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Por Mayte CIRIZA

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