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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

La ciudad sí es para mí

Estás deseando que llegue agosto, todo el año deseando que llegue agosto. De la misma manera que esperamos el domingo, agosto es el domingo de los meses. Nos alejamos en agosto de los lugares habituales, porque valoramos el “cuanto más lejos mejor”, pero en realidad tenemos el paraíso en esta esquina, no en la otra.
Quedarse en la ciudad en agosto no es de pringados, aunque muchos lo piensen. Mientras unos se apresuran para coger sitio en la playa, mientras se enfrentan a los atascos de rigor, mientras tienen que convivir con el lleno total en todo, quedarse en la ciudad en agosto tiene sus ventajas. Puedes comprar sin tener que sufrir la cola del supermercado, vayas cuando vayas no tienes que hacer fila ni esperar a que vacíen el carrito como si hubiera una guerra nuclear al día siguiente. Como los vecinos se han ido, no tienes que aguantar su tele a todo volumen mientras pretendes echar una cabezada después de comer.
En agosto no hay que dar mil vueltas para aparcar, al contrario, la preocupación es dónde dejar el coche, porque está casi toda la zona azul libre. Y te libras del atasco de cada día en República Argentina. Puedes improvisar un plan sin tener que reservar, encuentras mesa a la primera en cualquier terraza y encima te atienden inmediatamente. También puedes salir por la Laurel o por San Juan sin necesidad de dar codazos hasta llegar a la barra para pedir un pincho. Otra de las ventajas es disfrutar del ciclo literario “Agosto clandestino”, un lujo que llena Logroño de la mejor poesía del momento.
Por no hablar del trabajo, tú jefe no está, y puedes trabajar serenamente, de forma planificada, sin que te interrumpan continuamente, sin que suene el teléfono sin parar, sin que te pidan un informe para ayer y sin que te convoquen a eternas reuniones. Agosto es uno de los mejores meses para trabajar.
Además, puedes ir de rebajas y no hace falta esperar para los probadores, te entretienes viendo cómo te sientan todas las prendas que te dé la gana sin agobios, disfrutando del aire acondicionado, y puedes comprarte esos pantalones que te gustaban, a mitad de precio.
En agosto hay menos estrés y entre los que no se han ido se crea un clima de complicidad, quedas tranquilamente y sin prisas con los que también están. Y lo mejor de todo es que cuando todos vuelven, tú te largas. Mientras tanto, te conviertes en turista en tu propia ciudad, disfrutas de paseos que normalmente nunca haces, de zonas que no visitas, y sientes, en agosto, que la ciudad sí es para ti.

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Por Mayte CIRIZA

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