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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Burka de madera

Estaban invitados a cenar en casa de unos amigos comunes, de visita en un país oriental y, siguiendo las costumbres, se sentaron en el suelo para cenar en torno a una mesa baja por la que fueron pasando los distintos platos. Siempre he pensado que, como dice el refrán español, “allá donde fueres, haz lo que vieres” y por eso hay que saber adaptarse a las costumbres del país al que vamos. Pero con lo que no puedo es con tener que seguir normas que ofenden nuestra dignidad o que van contra la igualdad de mujeres y hombres.
Cuando uno tiene invitados, intenta complacerles y agradarles, buscar puntos de encuentro o evitar conversaciones polémicas, pero sin renunciar a sus principios. Por eso me dejó pasmada la noticia de que el gobierno italiano había tapado con unas enormes cajas de madera las esculturas de desnudos en los Museos Capitolinos, en Roma, para no molestar al presidente de Irán, Hasan Rohani, y a su delegación, en el acto de firma de importantes contratos entre Irán e Italia. De hecho, pensé que las fotos eran un montaje y que la noticia era una broma. Pero no era así, los enormes cajones eran auténticos y chirriaban en ese lugar que tiene un significado especial, porque esas obras representan la cuna de nuestra civilización y son un emblema de la libertad de pensamiento y de creación artística.
Cubrir con una caja de madera la escultura de la Venus Capitolina, de hace 2.500 años, es todo un símbolo de claudicación de la cultura europea, como ha señalado Giovanni Sartori, que ha criticado duramente la ridiculez del gobierno italiano. Lo que una se pregunta es por qué no se llevaron la firma del acuerdo a otro sitio, mejor que renegar de nuestra cultura y traicionarnos a nosotros mismos por no molestar al presidente de Irán.
En la cena oficial no se sirvió vino. Todo lo contrario que en Francia. Al día siguiente el presidente de Irán firmaba un sustancioso acuerdo comercial con el presidente francés. Había prevista una cena de Estado, y como la delegación iraní no quería que hubiese vino en la mesa, el gobierno francés suspendió la cena oficial y la sustituyó por un encuentro en el Elíseo a media tarde, con té o café, o chocolate con croissants.
Si los iraníes no beben vino, ellos se lo pierden, seguro que pensó Hollande, pero de ninguna manera quiso renunciar a quitar de la mesa un elemento característico de nuestra cultura, como es el vino. Lo que ha sucedido estos días es todo un ejemplo de cómo se defienden, o no, los valores de la cultura occidental. Siempre nos quedará París. Allí no renuncian a una cena con vino ni a la serena belleza de una Venus sin burka de madera.

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Por Mayte CIRIZA

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