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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Buen gusto

Están en la esquina de la zona del Palacio de los Deportes con la rotonda de la circunvalación. Se sientan en grupo en sillas de camping, con su flamante chándal y gorras de béisbol, con las puertas abiertas de los coches tuneados, muchos con alerón, de los que sale a todo volumen música electrónica. Algunos grupos llevan también la mesa de camping y ahí meriendan o juegan a las cartas. ¿Qué placer pueden encontrarle a hacer esto junto a la circunvalación, bajo el ruido incesante del tráfico? Tan jóvenes y ya ejerciendo de macarras urbanos.

El verano es una época muy propicia para la horterada. En las ciudades, en los pueblos, en la playa, es como si hubiera una invasión de horteras. En realidad son los mismos que vemos durante el resto del año, pero ahora, sin los corsés del trabajo, sin la protección de las convenciones del día a día, se deja al descubierto el verdadero yo y aflora lo cutre que anida dentro de tantos.

La camiseta de tirantes con la riñonera, calcetines con sandalias, el bañador turbo (marcando paquete), las terrazas de garitos cutres llenas de gente devorando a voz en grito comida de plástico en sillas de propaganda, mientras suenan pasados éxitos del verano…

La vulgaridad avanza, no tiene fronteras, ni ideología. Ahí tenemos a Maduro y a Trump, dos tipos que coinciden en su ostentación de la vulgaridad, cada uno a su manera (los populismos son la exaltación del mal gusto). Tampoco tiene clases sociales ni sexo, porque puedes ver tanto al tipo que se baja del flamante todo-terreno-último-modelo a comprar la barra de pan en el supermercado con la camiseta de tirantes, sus buenas cadenas de oro al cuello y el anillo de sello, como a la rubia platino que se exhibe con su churri por el paseo marítimo con el top de leopardo enseñando el ombligo con piercing y zapatos de inverosímil tacón brillante.

No tiene nada que ver con el pijerío. En una austera aldea de una carretera secundaria de Galicia, he visto este verano lo más auténtico y elegante en aquella pareja de ancianos que nos ayudaron a encontrar la tasca que nos había recomendado Manolo el gallego. La sencilla elegancia de lo auténtico.

A la lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y soberbia –los siete pecados capitales- habría que añadir uno más, la vulgaridad. En una sociedad que hace ostentación de lo cutre, de lo hortera, de lo basto, de lo kitch (la gran educadora de la sociedad, la televisión, está plagada de todo ello), es importante cultivar la sensibilidad. Si la gente es más sensible, es también más educada a la hora de pedir las cosas por favor, de no molestar al vecino con ruidos o de no invadir el espacio de otros. Hay que reivindicar una cierta armonía y enseñar a apreciar la belleza, la autenticidad, en fin, eso que llamamos buen gusto.

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Por Mayte CIRIZA

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