Rodrigo había nacido en una familia bien de toda la vida, nieto de político e hijo de empresarios asturianos había estudiado en jesuitas, obtenido su licenciatura en Derecho y un Máster por la Universidad de California. Llegó a la política de la mano de históricos dirigentes de una formación conservadora y tras los éxitos de su partido llegó a ser vicepresidente y ministro de economía del gobierno de España. Aunque todo el mundo creía que sucedería al entonces presidente del gobierno, no fue designado para ello y terminó siendo director gerente del Fondo Monetario Internacional. De pronto, Rodrigo dejó tan importante institución justo cuando se estaba fraguando el tsunami económico que todavía perdura y sin que los gabinetes de análisis del FMI, que él dirigía, nos advirtieran de la que se avecinaba (o simplemente lo ocultaban, eso sólo Dios y él lo saben). Sin dar explicaciones públicas y sin concluir su mandato Rodrigo hizo la maleta y se vino a España. Con la ayuda de sus múltiples contactos, fue incorporándose a tareas, siempre bien retribuidas dados sus “reconocidos méritos”, en diversas entidades financieras. De pronto, accedió a la presidencia de Caja Madrid en una operación de navajeo político cuyas heridas todavía perduran. Fue un espectáculo poco edificante cuando muchas voces clamaban por la necesidad de despolitizar las cajas de ahorro en aras de la eficacia. En esos momentos los españolitos de a pie, simples mileuristas la mayoría, teníamos que prestarles (sin participación en beneficios) respiración asistida a esas cajas de dudosa gestión con un instrumento que denominaron FROB y que significa que, con nuestros impuestos, los sacamos del atolladero en que se habían metido ellos solitos tragando “ladrillo con expectativas de recalificación” a borbotones. De allí, Rodrigo accedió meteóricamente a la presidencia de Bankia tras la fusión (no sabemos si caliente o fría) de siete cajas de ahorro.
Alberto, sin embargo, había nacido de una familia modesta y estudió con aplicación toda su vida. Mientras se licenciaba en Matemáticas trabajaba en el Telepizza para ayudar a pagar sus estudios. Cuando obtuvo su sudado título, sus amigos, que habían abandonado los estudios y no habían conseguido terminar la secundaria, trabajaban en la construcción y se compraban cochazos de infarto. Alberto casi no salía los fines de semana porque sólo disponía de las cuatro perras que le pagaban en una subcontrata de una compañía de telefonía móvil y se dedicaba a estudiar oposiciones. El año en que empezó la crisis Alberto aprobó con nota alta y comenzó a dar clases en un instituto. Poco tiempo después le rebajaron el sueldo un 5%, pero él estaba contento ya que trabajaba en lo que le gustaba. Sus amigos Javier y Cholo se habían quedado en el paro y no podían ni pagar el seguro del BMW, pero eso le entristecía porque dentro de poco también se les acabaría el paro. Este año le van a volver a congelar o a bajar el sueldo y piensa con resignación que hay que ayudar a salir de ésta. No obstante, Alberto está harto de escuchar que los funcionarios son unos vagos, que tienen trabajo de por vida, que son unos incompetentes y, si escuchas a algunos, parecen los culpables de la crisis. Esta mañana, Alberto leía que este año los directivos de las cajas de ahorro rescatadas con fondos públicos han cobrado 80 millones de euros. Ha visto, con asombro, que nuestro amigo Rodrigo ha cobrado 2,3 millones, sin contar extras. Alberto recuerda que el recorte salarial y la congelación de sueldo a los funcionarios supuso un ahorro de 4.500 millones y que la cantidad que ha recibido del FROB la matriz de Bankia que dirige Rodrigo asciende a 4.465 millones. A Alberto que enseña matemáticas y a mí también nos parece que ambas cantidades son equivalentes. Hoy Rodrigo es admirado y se le considera un triunfador. Alberto está claro que es un don nadie, un puñetero funcionario que se merece que le bajen el sueldo. Ya saben ustedes que el que tiene padrinos jamás se ahoga en la pila.