En este mundo al borde del infarto dos noticias me han impresionado especialmente. Por un lado, William White, destacado dirigente de la OCDE, ha declarado que le resulta “sorprendente que tan pocos banqueros hayan ido a la cárcel”. Aunque nos indigne, a nosotros no nos sorprende, sólo van al trullo chorizos de poca monta. Casi al mismo tiempo un directivo medio de Goldman Sachs, un desconocido Greg Smith, se ha despedido de la empresa afirmando que hace tiempo que los principios del citado banco de inversiones le alarman, ya que no se preocupan por los intereses de sus clientes sino, como se imaginará usted, por forrarse. Como era de esperar, el banco ha respondido que el individuo está despechado por no haber ascendido en la empresa, una fórmula sencilla de bloquear disidentes en cualquier organización humana en la que la ética jamás tuvo cabida bajo su techo.
A pie de calle hace tiempo que ya no nos asombra nada y mucho menos lo de Goldman Sachs cuando ya está acreditado que el banco engañó a sus inversores vendiéndoles valores hipotecarios con los que sólo él obtuvo ganancias. Este hecho nos confirma que si sus clientes les importan un rábano, fíjese usted lo que les preocupa la gente que no llega ni al salario mínimo. Todo ello, sin olvidar algo que debiéramos repetir todos los días: que fue este “ingenioso” banco el que ayudó a Grecia a hacer trampas con sus cuentas, algo que ha estado, o está, a punto de tumbar a Europa y por supuesto a España. No pasemos por alto el insignificante detalle de que Mario Draghi, ex Goldman Sachs, es ahora el presidente del Banco Central Europeo aunque, por supuesto, no entraba en su negociado el asunto de las mentiras griegas que pertenecía a otro “figura” que habrá sido convenientemente ascendido en la organización. Esto es lo que hay señores, esto es el capitalismo puro.
Algunos dicen que el modelo capitalista ha entrado en crisis aunque yo considero que simplemente se está perfeccionando. El dogma era que el mercado se regulaba a sí mismo y por ello se desregularon todos los mecanismos de control y todos se lo creyeron, incluida buena parte de la socialdemocracia europea, la denominada “tercera vía”. El resultado está a la vista, nos dejaron creer durante un tiempo que éramos todos ricos o casi, mientras socavaban los resortes de la política para que finalmente sea la economía la única que gobierne el mundo sin contrapeso alguno. Los ciudadanos ven cada día cómo se amenazan los derechos progresivamente conquistados desde los albores de la revolución industrial, nunca nuestros hijos heredarán ya las conquistas sociales del último medio siglo. El edificio construido comienza a desmoronarse porque lo que se cuestiona es la “sostenibilidad del estado de bienestar”. La socialdemocracia europea, que fue artífice de muchos de sus avances, ha dejado de ser el referente ideológico al haber perdido la credibilidad en aras del pragmatismo impuesto por Angela Merkel y la burocracia europea. Sólo se me ocurre una nueva tarea que encargar a la socialdemocracia: recuperar el papel y la importancia de la política como instrumento de la mayoría social para compensar los abusos del poder económico. Para conseguirlo deben cambiar muchas cosas, entre ellas, debe dignificarse el ejercicio de la política limpiando el patio propio y el ajeno de aprovechados. Para que los ciudadanos confíen de nuevo deben sentir que la política sirve para proteger lo común no para que una casta privilegiada se forre a su costa, para eso que manden el currículo a Goldman Sachs. Una nueva revolución debe nacer, la de la recuperación de la ética como único principio rector de toda actuación política y que ésta se imponga en el derecho internacional a las transacciones económicas. Lo que no es ético no puede ser legal. Lo sé, soy una panoli que cree en cuentos de hadas pero, como dice Eduardo Galeano, o ponemos la utopía en el horizonte o nunca caminaremos hacia adelante. ¡Jamás!, porque los lobos se nos comerán.