No había que ser un lince para darse cuenta de la que se nos avecinaba, la pasada semana les hablaba de “lo que estaba por venir” y como han podido comprobar lo que temíamos ha llegado y de nuevo el pánico se ha instalado entre nosotros. Hace menos de un mes, un dirigente de la UE explicaba que probablemente los ciudadanos europeos no estaban preparados para aceptar que sus gobiernos acudieran de nuevo a salvar la banca con dinero público y por eso en los últimos tiempos nos han estado mentalizando para que de nuevo, como una fatalidad irremediable, lo aceptemos. Hace tiempo que nos han enseñado que nuestros amigos, hijos, sobrinos y cuñados se pueden quedar en la fila del paro o tener que pedir ayuda a los allegados para que no los echen del piso por impago, pero que es imposible dejar caer a los bancos porque lo que se hunde es el barco colectivo en el que todos viajamos. Esta es la cruel verdad del capitalismo inhumano y voraz que hemos construido y que amenaza con llevarse por delante nuestra propia dignidad colectiva y nuestra estabilidad como nación.
No es de extrañar que vivamos en una creciente depresión colectiva, no me refiero a la depresión económica que es evidente, sino a la que se mide por la cantidad de ataques de nervios que se propagan cada mañana por toda España al escuchar las noticias. A estas horas todos nosotros, a través de nuestro maltrecho estado, somos ya accionistas de Bankia sin haberlo siquiera deseado y encima, pongámonos todos a rezar (con fe o sin ella), para que todo salga medianamente bien. Les propongo que realicen una novena a su santo predilecto, para que esto que denominan pomposamente la reforma del sistema bancario no se nos lleve a todos por delante. No se olvide que por detrás va a seguir la penitencia a costa de nuestra inagotable paciencia. Hay que reconocer que ni los denominados analistas de la cosa ni tampoco la clase política saben leer nuestro estado de ánimo, ellos leen las encuestas en una clave y los ciudadanos lo hacemos en otra. Así por ejemplo, la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas ha sido analizada bajo la premisa simplista de: el PP pierde un poco en intención de voto y PSOE apenas sube. A renglón seguido el CIS nos dice que ningún líder político aprueba, que tanto la acción del gobierno como la de la oposición cosechan suspensos estrepitosos y por si fuera poco Rajoy inspira poca o ninguna confianza al 72% de los ciudadanos y Rubalcaba al 80%. Por tanto, a mi modesto entender, el nivel de enfado es estrepitoso, la credibilidad mínima y la desesperación creciente. No obstante, la ciudadanía está dispuesta a seguir votando porque cree en el sistema democrático, pero está exigiendo un cambio de actitudes en la forma de hacer política de manera urgente y nadie parece escuchar el mensaje. Después de todo lo que el país lleva aguantando el enojo sube de tono cuando los hechos demuestran, cada día, que en España la corrupción económica y moral ha sido un virus que ha infectado una gran parte del sistema y que en ella han sucumbido muy variados personajes agazapados tras la bonanza. El saqueo de las cajas de ahorro es un buen ejemplo que ahora pagamos con sangre, sudor y lágrimas. Urgen las medidas económicas pero también urge la regeneración política y las formas de ejercerla, apremia tanto recuperar la confianza de los mercados como la de los ciudadanos. Si la clase dirigente se conforma con el dato ramplón de que unos suben y los contrarios bajan en las encuestas vamos por mal camino, ahí tienen a Grecia. Los españoles no podemos salir corriendo como Rodrigo Rato, nosotros estamos atrapados en la dura realidad y el desamparo puede llevar a muchos a soñar con salvadores. ¡Ojo al dato!