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En tierra olvidada

Podemos creer que en nuestro planeta no queda nada por descubrir y sin embargo hay lugares que, aun sabiendo en qué lugar del mapa se sitúan, nos resultan totalmente desconocidos porque forman parte de ese universo que se teje con el olvido. Hay conflictos que desaparecen de la pantalla del televisor y en ese instante dejan de mover, aunque sea por un minuto, nuestras conciencias. Ya no recordamos qué pasó, por ejemplo, en Libia ni qué consecuencias ha tenido para la población civil, ni qué está ocurriendo en Yemen o ahora mismo en Siria. Por supuesto no sabemos cuántos niños mueren al día en el corazón del Sahel, en Haití y una larga lista de penalidades humanas que se han borrado de nuestra memoria, si alguna vez estuvieron en ella. El pasado 20 de junio, la ONU ha conmemorado el Día Mundial de los refugiados. La fecha ha pasado desapercibida pero pueblan ese terrible e ignorado universo 42 millones y medio de personas repartidas por todo el mundo.

En ese terreno inhóspito del olvido hemos de colocar la cotidiana y permanente tragedia en la que viven los saharauis en cientos de jaimas instaladas en el desierto de Argelia, muy cerca de Tinduf.  Esos refugiados salieron en 1975 huyendo del Sáhara occidental, una tierra rica en bancos pesqueros y fosfatos, porque Marruecos se lo anexionó cuando el régimen del general Franco estaba a punto de ser sepultado. La conocida como Marcha Verde colmó las ambiciones expansivas de Hassan II y le supuso un éxito indudable en su política interna. España, en los acuerdos de Madrid de 14 de noviembre de 1975, cedió a Marruecos y Mauritania la administración, de la que hasta entonces había sido una colonia y provincia española y abandonó a su suerte a los saharauis. Argelia permitió que se instalaran de forma permanente en un desierto ingrato incluso para la vida de los escorpiones. En condiciones de difícil subsistencia, unos 175.000 saharauis sobreviven desde hace casi 37 años en una resistencia heroica contra la diplomacia internacional que Marruecos condiciona, tejiendo y destejiendo, e incumpliendo reiteradamente las resoluciones de la ONU que parecen escritas en papel mojado. Marruecos ha asentado a sus colonos en el Sáhara occidental y sigue negociando con los recursos minerales y pesqueros de los saharauis mientras en el inhóspito desierto sus legítimos dueños, cada vez con menos esperanzas, siguen reivindicando su derecho a la autodeterminación y el regreso a su tierra.

Durante este largo período de tiempo los saharauis de los campamentos han subsistido gracias a la solidaridad y ayuda internacional. Ahora, como consecuencia de estos tiempos revueltos en que vivimos, han disminuido las ayudas para los refugiados.  Solo un ejemplo, el agua de los campamentos es facilitada por las organizaciones humanitarias y la ración ni siquiera alcanza las cifras recomendadas para situaciones de emergencia por la Organización Mundial de la Salud: entre15 y 20 litros por persona al mes. De la ración de arroz y harina ni les hablo. Las consecuencias son evidentes desnutrición, raquitismo,… Durante el terrible verano del desierto muchos niños saharauis viajaban a España con familias de acogida, pero ahora hasta ese rescate del infierno en el que viven se ha hecho más complicado, menos medios económicos suponen menos posibilidad de transporte hacia Europa. A nadie interesa este conflicto, las grandes potencias apoyan a Marruecos y los sucesivos gobiernos de España hace años que miran para otro lado. En política internacional los intereses económicos siempre estuvieron por encima de la justicia. No queda ni un resquicio para la esperanza. Nadie se acuerda de ellos, a nadie importan los saharauis.  No es de extrañar que miren a España y piensen que aun más terrible que el olvido resulta la indiferencia.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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