Hace tiempo que pienso que en España antes de reconocer un error preferimos abrirnos las venas, antes muertos que sencillos, así somos. Aunque el tema no es para hacer risas, lo cierto es que esta idea me ha venido a la cabeza tras hacerse público el informe de Noruega sobre la matanza perpetrada a sangre fría por el ultraderechista Anders Behring Breivik, hace apenas un año. Fueron asesinadas a sangre fría 77 personas y el suceso, como recordarán, conmocionó no sólo a los noruegos sino al resto del mundo.
La investigación de la “Comisión del 22 de julio” sobre los acontecimientos más duros que ha vivido el país nórdico en los últimos decenios ha sido hecho público y ha reconocido con objetividad los errores cometidos. Según el informe independiente gran parte de lo ocurrido pudo haberse evitado o al menos amortiguado el abultado número de víctimas, en él se critica la descoordinación de las fuerzas de seguridad y la gestión de la información y del personal. El propio primer ministro, Jens Stoltenberg, tras hacerse público el contenido del informe que él mismo encargó, ha asumido la responsabilidad última y considera que las conclusiones no han sido “embellecidas” para darlas a conocer a la opinión pública y que son por lo tanto “sinceras”. En definitiva los noruegos han confesado ante sí mismos y ante el mundo entero, en un caso de extrema gravedad para la nación, que se equivocaron, que cometieron errores de bulto y esta actitud no sólo les dignifica sino que no albergo dudas de que a partir de hoy enmendarán los protocolos de actuación para el futuro. Dicho lo cual, regresemos a España y pensemos en el expolio de las cajas de ahorro que ha propiciado el desastre de nuestro sistema financiero y nos ha colocado de rodillas a las puertas de una ventanilla europea que se llama RESCATE.
Para analizar el citado saqueo debió crearse una comisión de investigación seria y rigurosa de inmediato, pero no, nada de nada. Tras increíbles excusas, eso sí, por el bien de España, de esa España previamente saqueada, se autorizan unas comparecencias en el Congreso de los Diputados. Uno de los intervinientes, Julio Fernández Gayoso, director de Novacaixagalicia, tuvo la osadía de explicar, como parapeto para posibles preguntas maliciosas, que él no tomaba decisiones porque no tenía funciones ejecutivas, aunque eso sí, el sueldo que cobraba y la pensión vitalicia no parecen ser las del portero de la institución. En fin, que cada uno, Rato, Salgado, el gobernador del Banco de España y un largo etcétera de señores muy enseñorados, contaron su historia como mejor les convino y les vino en gana, pero ninguno de los que por el Congreso pasó dio explicación alguna del misterio. Sobre la mesa del Congreso estaba depositado el cadáver y nadie parecía conocer al difunto, aunque todos habían sido sus amigos de parrandas y habían compartido mesa y mantel en muchas ocasiones, nadie recordaba su relación directa con él. En conclusión, ¿cómo había llegado el muerto hasta allí, si todos hicieron lo que debían según sus competencias? Nadie ha querido reconocer error alguno aunque sea clamoroso que se actuó, en muchos casos, con alarmante impunidad y con supina incompetencia, y la única realidad evidente es que “entre todos la mataron y ella sola se murió”. En definitiva que aquí ni se reconocen errores, ni se asumen responsabilidades, ni se exigen por la justicia, ni se paga por los saqueos y así nos va.
Los informativos no lo contaban de este modo, la gente en la calle sí. Durante esos días recordé mis juegos infantiles: el balón en el suelo, el cristal de la ventana roto y un pelotón de niños corriendo y exclamando:
-Yo no he sido.
¿Y usted?